jueves, 4 de septiembre de 2014

AGIO Y ESPECULACIÓN

El 30 de noviembre del año 1951 obtuve la baja del Servicio Militar en Paso de los Libres, provincia de Corrientes. Durante la escala que hice en Concordia para informar en la Administración del ex Ferro Carril Entre Ríos, que ya había cumplido 
el Servicio Militar y solicitaba mi reincorporación como empleado de esa Empresa. 

Finalizado los trámites fui a almorzar al acreditado Restaurante Bazzarelli.
Dsde mi ubicación vi a los cuatro hombres de traje negro y portafolios que llegaron a ese restaurante y se sentaron en una mesa algo distante a la que yo ocupaba, pero en un punto cómodo para observarlos. 
Los inspectores de agio y especulación, terror de los comerciantes, vestían de esa manera. Se habían constituído en el terror de los comerciantes porque "siempre" hallaban un motivo para confeccionar actas de infracciones por la que se aplicaban fuertes multas.  Se refería el caso de dos hermanos comerciantes, a uno lo coimeraron por tener un gato en el local y a su hermano por no tenerlo. 

Mientras esos inspectores aguardaban la comida, uno de ellos comenzó a pellizcar un pan. Lo vieron observar una migaja y, después de mostrársela a sus compañeros, la dejó sobre la mesa tapándola con la servilleta y le dijo algo al mozo, éste se lo trasmitió al hombre de la Caja. El hombre de la Caja hizo un llamado telefónico. 
Minutos después, un hombre con la ropa enharinada fue hacia el cajero quien le indicó la mesa con los hombres de negro. El hombre enharinado se acercó a ellos.
  - Buenos días señores. ¿Quién de ustedes quiere hablar conmigo?
  - Yo soy el que quiere hablar con el que elabora este pan.
   Sí señor, es el mejor pan del país.   
  -  En el mejor pan del país hallé esta cucaracha -dijo levantando la servilleta y mostrándole la migaja de pan. 
  - ¿Esto cucaracha, ésto cucaracha, ésto cucaracha? - dijo el hombre enharinado pasando la migaja ante los ojos de cada uno de los inspectores y, echándosela a la boca, masticó y tragó exclamando con una expresión de éxtasis:   
  - Estas pasas de uvas son insuperables. Nuestro pan dulce se elabora con los mejores productos. Disfruten de su comida. -dijo dando media vuelta hacia la salida. dirigiéndose a la puerta de salida cualquier habitante de Concordia puede 
Los hombres de negro se miraron sorprendidos. 
  - ¡Se tragó la prueba del delito! -dijo uno de ellos. Y los cuatro se miraron como diciendo ¿Y ahora, qué hacemos?

                                                                   * * *

No obstante obstante que mi puesto de trabajo en Estación Clara era Jefe de Cargas, ocasionalmente, cuando se hacía intenso el trabajo en la oficina de telégrafo, donde atendían el despacho de boletos, de equipajes y de encomiendas, yo solía ayudarles. 
Fue en una de esas ocasiones, que un hombre de negro me solicitó que despache por equipaje a Paraná, un esqueleto de madera con diez botellas de bebidas. Fuí hasta la balanza para verificar cuánto pesaba esa especie de cajón hecha con tablas separadas; vi que las botellas eran con  ginebra, caña, grapa, fernet y otras bebidas alcohólicas; observé a otros tres hombres vestidos de negro. No puedo asegurar que eran los mismos que almorzaron en el Restaurant Bazarelli quince día atrás y que fueron los protagonistas del episodio de la partícula marrón en la migaja de pan, pues yo me encontraba basta lejos de ellos. 
Mote Grabois, hermano menor de Mike, dueño de un almacén y despacho de bebidas, era practicante sin sueldo en Estación Clara. En los escasos diez días que yo llevaba trabajando allí, Mote adelantó mucho con el manipulador en el código Morse para aprender a trasmitir y recibir telegrafía con un método que se ocurrió ideal para ir educando el pulso y el oído simultáneamente para aprender a trasmitir y recibir, algo indispensable porque el sistema de Vía libre se manejaba telegráficamente. En una de esas prácticas que solía hacer en mi oficina, me confió que esas botellas de bebidas que yo despaché por equipaje se las confiscaron a su hermano.  Me contó que Mike le extraía 100 cm3 de bebida a cada botella con una aguja hipodérmica que le introducía a través del cocho y la contemplaba con agua. No sabía cómo los inspectores se enteraron de la trampita de Mike.

Al narrar el suceso del Restaurant mencioné que multaban al almacenero que tenía gato y al que no lo tenía. Relataba una prima hermana de mi padre que en Paraná había dos hermanos que tenían sendas despensas a ocho cuadras de distancia. Ambos tenían todo muy limpio y ordenado con prolijos carteles con los precios de cada artículo. Los inspectores revisaron facturas de compra, márgenes de ganancia, levantaron latas, cajas y botellas pasando los dedos por los estantes, pero todo estaba tan limpio que no descubrieron una partícula de polvo.
  - ¿Dónde está el gato?
  - En esta despensa donde vendo alimentos no puedo tener un gato.
  - Debería tener un gato por si entra una laucha desde la calle. Lamento, pero tengo que labrarle un acta de infracción por no tener gato.

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