lunes, 28 de julio de 2014

MI TÍO LEÓN

MI TÍO LEÓN

En uno de mis relatos mencioné el enorme cariño que unía a mis padres y hermanos con mi tía Manuela (hermana de mi madre), y su esposo León, que se extendía sus hijos Guillemo Cérsar y Ricardo. 
A los 15 años ingresé al Ferro Carril Entre Ríos como me p¿Que productoracticante en la Estación Domínguez. Mi padre era el Jefe de esa estación. 
Un año después, previa consulta con mi padre acerca de mi capacidad para trabajar como auxiliar en Estación Clara (la siguiente a Villaguay).  La Oficina de Personal me ordenó relevar durante treinta días a un auxiliar en Estación Clara. Así comenzó la sucesión de relevos en distintas estaciones que enriquecían mi experiencia, también mis ingresos por mayores sueldos y viáticos, la suerte hizo que me ordenaran volver a Estación Clara, localidad en la que se habían radicado mis tíos León y Manuela, con sus hijos César y Ricardo. Yo ya había dejado mi equipaje en el hotel familiar de las hermanas Cinto cuando los fui a saludar. Fue tanta su insistencia de que me alojara en casa de ellos que tuve que aceptar. Y nuevamente me colmaron de cariño.
Al cumplir con el Servicio Militar, me empeciné ante quien me atendió en la Oficina de Personal del Ferrocarril Urquiza, para que me otorgue la vacante de Jefe de Oficina de Cargas en Estación Clara porque allí vivían mis queridos tíos Léon y Manuela con sus hijos. Y tuve que superar una prueba para demostrar que poseía suficiente capacitación como para desenvolverme con aptiyud en ese cargo.
Y viví con ellos los siete meses que hubo hasta mi casamiento con Katy, mi noviecita de la adolescencia.   
Durante el almuerzo, con el que nos agasajaron, junto a mis padres y los de Katy, me sacaron la promesa de que los visitaríamos todos los días. 
Y así fue, yo terminaba mi horario de trabajo a las 18 horas. Alrededor de las 19,30 horas, llevando algo para "el mate", llegábamos a casa de esa querida familia.
Mientras Katy y la tía Manuela charlaban en el interior de la casa, yo colaboraba con mi primo Guillermo César en la papelería de su comercio de almacén revisando facturas, extendiendo cheques para su cancelación, calculando precios de venta, preparando la lista de nuevos pedidos de mercaderías, haciendo cartelitos de precios y otras tareas inherentes a su actividad comercial. El comercio que se inició como despensa, pronto aceptó frutas, verduras, hortalizas, quesos, crema, manteca, huevos, miel y otros productos de la zona de quienes los entregaban en canje por otros. El carisma de mi buen primo fue el factor preponderante de su crecimiento.       Nuestra primer visita se estiró hasta la cena y la consecuente sobremesa de amenas charlas afectivas que dolía suspenderlas para irnos a dormir.
Desde entonces se hizo habitual que encontrara a Katy todos los atardeceres en la tarea de cocinar "algo para la cena con los tíos" según su forma de decir. 
Desde el día en que mi tía Manuela conoció a Katy hubo buena onda entre ambas y con el transcurso del tiempo esa buena onda se transformó en un cariño que alcanzó un nivel superlativo.                                                   

Mi tía Manuela, Katy y su hermanita Sonia, que había venido a pasar con nosotros las vacaciones escolares, estaban en el patio, cerca de la puerta lateral del local, desde el sitio desde donde mi primo Ricardo nos llevaba mate a mi tío León, a Guillermo César y a mí, motivo por el cual un criollo ocurrente le dijo muy serio:
- Así que vos sos el traidor.  
- Jamás traicioné a nadie, no puede acusarme de traidor. -dijo Ricardo muy serio.
- ¿Acaso no sos el "traidor" de mate? -dijo el paisano conteniendo la risa.
- Entonces es traedor, no traidor.
- Los criollos hablamos de esa manera. Pa´ nojotros, traidor es el que trai algo y vos trais el mate, y no me le dés más güelta a lo que yo digo.
 - Si usté lo dice ansina de di ser nomá. -dijo mi primo.
"Pichón" Forclaz, el empleado del almacén cerró las dos puertas dobles de acceso al local, sólo quedó abierta la puerta que daba al patio en el que se hallaban mi tía, Katy y su hermanita de doce años.
Por esa puerta entró un hombre sin saludar a quienes estaban en el patio, ni en el local, donde también me encontraba yo poniendo cartelitos con precios.
  - Tu empleado me reclamó ante todos que te pague lo que debo -le dijo a mi primo Guillermo César visiblemente alterado- Eso te saldrá caro, no te pagaré ni un peso.
  - Tengo los comprobantes de tus pedidos de mercaderías.
  - ¿Se los vas a dar al Juez? Yo le voy a decir que es cierto que yo te hice pedidos pero nunca me mandaste nada. 
  - Está de testigo el carrero que te llevó la mercadería. Devolveme los envases de cerveza, los necesito para reponer el stock y la cuenta la vas pagando de a poco.  
  - No te voy a pagar ni te devuelvo los envases. Tu empleado me hizo pasar calor.
  - Mire mocito -intervino mi tío que estaba apoyado en el mostradorcito junto a la botella de grapa que tomaba de a sorbos- devuelva los envases de cerveza y...
  - Usted no se meta. -lo interrumpió el visitante- Este asunto es con su hijo.
  - Yo sí me voy a meter porque me encargo de cobrarle a los tramposos como vos.
  - Cree que le tengo miedo por llamarse León, usted es un león, pero de papel.
El irrespetuoso adoptó la posición de puesta en guardia de un boxeador haciendo una fintas y señas invitándolo a acercarse. Mi tío dejó el mostradorcito cercano a la puerta que daba al patio y caminó tieso hacia donde se hallaba el desafiante. Eso de caminar tieso era una característica de mi tío cuando tomaba unos cuantos tragos de grapa. El atrevido, en alarde provocativo, bajó la guardia ofreciéndole la mandíbula. Justamente ahí dio el puño de mi tío. Dando media vuelta volvió al mostradorcito del despacho de bebidas y se acodó en el extremo cercano a la puerta que daba al patio.
El desafiante dio una vuelta sobre sí mismo entre me caigo y no me caigo, cuando al ver esa única puerta abierta como escape, enfiló hacía ella con paso titubeante. Lo vi acercarse a esa puerta y a mi tío, como en cámara lenta, llevar su mano derecha para tomar el cabo de su facón y darle un tremendo planazo en la espalda del cobarde que pretendía huir.
  - ¡Oh! ¡Se olvidó el caballo! -dijo mi cuñadita de 12 años. 
Minutos después sonó la campanilla del teléfono. Atendí.
  - Habla el Comisario, páseme con don León.
  - Un momentito Comisario. -mi tío me indicó con un gesto que lo atienda yo.
  - Comisario, soy el sobrino; mi tío lo llamará en un momento. 
  - Che Pascaner, decile a tu tío que aquí está el dueño del boliche de La Clarita con la mandíbula ladeada. Dice que fue tu tío quien lo golpeó
 - Creo haber entendido que el bolichero de La Clarita acusa a mi tío de haberlo golpeado dejándole la mandíbula ladeada... Mi tío me está oyendo... por sus gestos interpreto que usted le pida que vuelva para acá.. él se la va enderezar.

Vale mencionar que mi tío León tenía amistad con el Comisario Julio Blanco, como también la tenía con Oscar Aphalo, el Juez de Paz de la localidad de Clara.
Un detalle interesante, a eso de las seis de la mañana del día siguiente a ese suceso el bolichero de La Clarita (así llamaban al grupo de ranchos y casitas modestas en el que vivía gente pobre, muchos de ellos estibadores en los galpones cerealeros que ganaban bien pero el hábito de gastar demasiado en los bares, hacía que lleven una vida de pobres).
Otros bolicheros que tenían deudas con mi primo las cancelaron. Evidentemente la noticia de lo ocurrido se divulgó esa misma noche.
Algunos la contaban empalmándola con la de su hijo Ricardo. 
La maestra del 5° grado al que concurría, pidió a los alumnos que cuenten una situación cierta que les haya dejado una moraleja.  
  - Mi papá llevada en la caja de la camioneta dos cajones con sesenta docena de huevos. -comenzó el relato la hija de un granjero agricultor, y continuó- Uno de los cajones se zafó de la soga que los sujetaba y como la caja de la camioneta no tiene la puerta trasera, el cajón cayó al suelo y se rompieron las treinta docenas de huevos.
La moraleja sería que siempre hay que asegurar bien la carga que uno transporta.

Ricardo, hijo menor de mi tío León, levantó la mano y la maestra pidió que la cuente.
  - Mi papá tenía que llevar urgente un repuesto para una de las bombas extractoras de agua que tiene en su plantación de arroz. Como hacía mucho frío y la camioneta es descapotada, mi mamá le dijo que se abrigue bien, a lo que él le dijo que se abrigaría por dentro con la botella de grapa que llevaba. Detuvo la camioneta para sacar unos postes de alambrados caídos en la calle que lo llevaba al campo. En eso estaba cuando tres forajidos intentaron robarle la camioneta. Mi papá agarró uno de los postes y golpeó a los tres ladrones dejándolos atontados y pudo seguir viaje.
La moraleja es: no se metan con mi papá cuando toma grapa. 

                                                                * * *               loscuentosdeoscarpascaner.blogspot.com.ar        

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