lunes, 21 de julio de 2014

Ferroviario

 En marzo de 1943, seguí los pasos de mi hermano Guillermo: inicié los estudios secundarios en la Escuela de Maestros Normales Agropecuarios e Industriales Alberdi, emplazada en una zona rural a unos siete kilómetros de Paraná.
El año siguiente, en las vacaciones de julio de 1944, promediaba mi carrera, que duraba sólo tres años, cuando en las vacaciones de julio le comenté a mi padre: 
 - Este año ya no existe la fraternidad que había en la Escuela Alberdi el año pasado. La obligatoriedad de incorporar como materia obligatoria la enseñanza religiosa católica en todos los establecimientos educacionales, oficiales y privados en todos los niveles, ocasionó bronca en los alumnos y el freno que le impuso el invierno al avance nazi en Rusia los puso locos a los pro nazis. 
 - Considerá que los conocimientos que te aportaron los estudios en la Alberdi te serán útiles en la vida. 
 - Si te hubiera estudiado tornería como me sugeriste...
 - Estoy gestionando ante las autoridades ferroviarias la necesidad de incorporar un practicante con sueldo para cubrir al dependiente cuando éste cubre sus francos semanales. Llená una solicitud de empleo como oficinista en la Empresa. Si te lo otorgan ingresarás al Ferrocarril con un sueldo similar al de maestro rural. 
El 1° de septiembre de 1944, el celador de la Escuela Alberdi al repartir las cartas dijo Oscar Pascaner. Lo miré a miré a mi hermano Guillermo porque las cartas que a diarios nos escribía nuestra madre venían a nombre de Guillermo y Oscar Pascaner. Esa carta era de mi padre en la que me felicitaba por mi cumpleaños, y me decía que el 28 de agosto de agosto de 1944, día en que cumplía los 15 años, el Ferrocarril Entre Ríos aceptó mi solicitud autorizando mi ingreso como practicante con un sueldo de $ 70.- mensuales (el sueldo del maestro rural era de $ 60.-) y mi destino era la Estación Domínguez, donde mi padre era el Jefe. i padre me rogaba una inmediata respuesta acerca de si aceptaba o no ese cargo.
De inmediato le comuniqué al Director de la Escuela Alberdi que abandonaría mis estudios por haber sido aprobada mi solicitud de ingreso en el Ferrocarril.
Viajé a la Estación Tezanos Pinto con el cochero que llevaba la correspondencia de los alumnos, y tomé el tren que me llevaría a Estación Domínguez. 
Almorcé en Basavilbaso mientras esperaba el tren que me llevaría a Domínguez.  
Al bajar la escalerilla vi a mi padre atento al descenso y ascenso de pasajeros, descarga y carga de equipajes y encomiendas pero él no me vio. 
Hizo el toque de campana anunciando la salida del tren, el maquinista vio que el guarda levantó su mano con el paño verde autorizando la reiniciación de la marcha. Mi padre giró disponiéndose a entrar en su oficin cuando me vio junto a él. Nos estrechamos en un abrazo.
  - ¡Hola hijo! ¿Recibiste mi carta en la que contaba que el Ferrocarril me autorizó a tomar un Practicante con Sueldo en esta estación. Esperaba tu urgente respuesta porque de no confirmar tu aceptación nombrarían a otro. 
  - Vine a responderte personalmente... sí, acepto.
  - No sabés cuanto me alegro. -dijo abrazándome nuevamente- La posibilidad de progreso en el Ferrocarril es mayor a la que tendrías en la docencia.  
Mi padre nos había enseñado a mi hermano y a mí el código Morse y a manipular el telégrafo. Además estábamos familiarizados con las tareas de los empleados, ya que a diario estábamos con ellos porque nuestra vivienda estaba adosada a la estación.
El 3 de septiembre de 1944, con 15 años recién cumplidos, ingresé a trabajar en la
Estación Gobernador Domínguez del Ferro Carril Entre Ríos.
Mi padre me hizo estudiar el Reglamento de los Ferrocarriles, los libros en los que se pautaban cómo debían embalarse las mercaderías a transportar, tarifas, etc., etc. 
El sistema de "Un lugar para cada cosa y cada cosa en su lugar" se cumplía a rajatablas. Bajo la jefatura de mi padre todo "funcionaba sobre rieles".
 Los empleados ferroviarios eran bien vistos. Los padres ambicionaban con que  sus hijos ingresen como practicantes sin sueldo en la estación ferroviaria o en la oficina de Correos, que eran las escasas oportunidades de lograr un trabajo estable en los pueblos del interior de nuestro país.
 Arturo Jauretche lo confirma en su obra “Pantalones cortos” al decir:
 “Tuve, en mi primer infancia, una idea de los grupos sociales, no muy parecida a la que tengo ahora, pues su signo fundamental no era el económico sino la cultura. 
La riqueza o la pobreza no eran los cartabones (instrumento de medición topográfica) con la que se medía el nivel de la gente. El mundo se dividía entre paisanos y "los otros”. Mis padres y yo éramos de los otros, categoría en la que entraba la gente importante del pueblo como las maestras y los ferroviarios. Lo eran el Jefe de Estación y el telegrafista, el maquinista y el foguista. Entre ellos había algunos no tan importantes como el oficial constructor, el panadero, el maestro de pala, el albañil y el gallego almacenero. 
El ferroviario gozaba de un status muy especial pues era de los pocos trabajadores con estabilidad y buen sueldo. Entrar en la “Empresa” era la aspiración de todos los muchachos y casar la hija con un empleado ferroviario, era casi un triunfo social. Esta jerarquía se fundaba en la seguridad de un empleo permanente con posibilidad de ascenso. Ese status se había consolidado bajo el gobierno de Yrigoyen. 
Se comprende cotejando la situación de los ferroviarios con los demás trabajadores carentes de estabilidad y remunerados miserablemente. Por eso se explica que los ferroviarios, que eran muy yrigoyenistas, constituyeran el gremio más fuerte y reticente al movimiento peronista, parte por su filiación radical -también socialistas- pero fundamentalmente, porque en el ascenso general de la condición de los trabajadores, a los ferroviarios no se les mejoró los sueldos porque estaban bien remunerados. 
Es importante tener en cuenta que la condición de los ferroviarios fue casi un status. Eso dará una idea del condicionamiento social de la época. 
Una vecina, esposa de un comerciante establecido con una acreditada hojalatería, constantemente se jactaba que la hija se había casado con un ferroviario. ¡Nada tonta su hija al echarle el ojo a un ferroviario!”.

                                                                                *

Al año de haber ingresado al Ferro Carril Entre Ríos, desde la Oficina de Personal le consultaron a mi padre si yo estaba suficientemente capacitado como para cubrir cargos de categorías superiores. Poco después me ordenaron por telegrama que debía trasladarme a Estación Clara para reemplazar a un auxiliar.
Junto con mi ropa y mis cacharros personales, llevé algunos libros para mis ratos libres, teniendo presente una de las máximas que solía decir mi padre: - Tenés ocho horas para trabajar, ocho para descansar y ocho para hacer lo que quieras. De eso depende lo que serás.     
 ¿Cómo logró mi padre hacerme ingresar con sueldo en la Estación en la que él era el Jefe? 
Después de ese relevo de 15 días, se sucedió otro en la misma estación. 
Ya cumplidos estos dos relevos de auxiliares, volví a mi puesto de practicante en Estación Domínguez. 
La liquidación del sueldo de ese mes fue notoriamente alta, me pagaron el sueldo de auxiliar y los viáticos que, conforme a lo pautado con la Unión Ferroviaria, eran casi el doble de lo que pagué en el modesto hotel de las hermanas Cinto. 
Desde entonces, periódicamente me enviaban a distintas estaciones a relevar a empleados en uso de licencia por vacaciones o enfermedad. 
Tenía 18 años cuando relevé al Jefe de Estación Yuquerí. Un año antes me habían ascendido al cargo de dependiente en Estación Domínguez. Volví a Clara para relevar al Jefe de Cargas. Allí me encontraba cuando le pedí a mi hermano Guillermo, que se hallaba en Buenos Aires, que me compre un buen acordeón a piano.
A los 19 años llegué a auxiliar de 2da categoría en Estación Crespo.
En los distintos pueblos en los que trabajé me posibilitó conocer gente con raíces culturales originarias de diversos países europeos, gauchos y criollos. En todos ellos hallé virtudes merecedoras de ser tomadas en cuenta para mi formación. 
Me encontraba desempeñándome como auxiliar en Crespo me convocaron para cumplir el Servicio Militar.

En las jornadas nocturnas, mate mediante, los ferroviarios se contaban anécdotas, algunas tan inverosímiles como la del empleado ferroviario que llegó a relevar a un ayudante general en una pequeña estación ubicada en el tramo sur del Ferro Carril Entre Ríos. En esa zona inundable no hay poblaciones. Esas estaciones se hicieron al sólo efecto de efectuar los cruces de trenes. Trabajan de lunes a sábado en turnos de 6 a 14 y de 14 a 22 horas; el domingo es día de descanso.
  - ¿Compramos una damajuana de vino para emborracharnos el domingo?
  - ¿Hacemos una apuesta? El que pierde paga.
  - ¿Cual sería la apuesta?
  -  A quien se muerde un ojo.
  - Eso es imposible, pero acepto.
El relevante se sacó el ojo de vidrio y lo puso entre sus dientes haciendo el ademán de morderlo.
Ya ebrios vuelve el relevante a repetir la apuesta por otra damajuana de vino.
  - Te mordiste el ojo izquierdo, acepto si ahora te mordés el ojo derecho.
  - De acuerdo -dijo sacándose ambas prótesis dentales y las apoyó en su ojo derecho y las apretó contra ese ojo como si lo estuviera mordiendo.
El lunes no dieron el aviso de estación habilitada. Los llamados telegráficos de las estaciones vecinas, ni los telefónicos de la oficina de Control de Tráfico recibieron respuestas.
En el comprobante de Vía Libre se le encomendó al maquinista del primer tren que pasaría por esa estación, detenerse para averiguar la causa por la no la habían habilitado.
El maquinista detuvo el tren y bajó acompañado por el foguista. Encontraron a ambos empleados desmayados junto a las damajuanas vacías. Decidieron cargarlos en el furgón y dejarlos en estación Basavilbaso, donde fueron internados por coma alcohólico. 
                                                                    * * *

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