viernes, 11 de julio de 2014

MI PANTALONCITO DE TERCIOPELO

MI PANTALONCITO DE TERCIOPELO        
                                                                                                                    Algunas vivencias de nuestra infancia                                                                                                                          nos acompañan durante toda la vida.         
Mi padre, Jefe de Estación Domínguez del Ferrocarril Entre Ríos, hizo construir una cancha de bochas junto a los talas del linde oeste del predio ferroviario  
Tito Martínez repasaba el piso de la cancha de bochas con una bolsa con un poco de arena para mantenerlo bien alisado. Miró a los dos hombres que dejaron el sendero que lleva al Elevador de Granos y se dirigían hacia donde se encontraba él. 
 - Buenas tardes. ¿Podemos jugar en esta cancha? -preguntó uno de ellos.
 - Hablen con el Jefe de Estación. -respondió Tito sin detenerse. 
 - Somos Recibidores de Granos de Molinos Río de la Plata. -acotó el otro, y añadió con jactancioso- ¡Los que ganamos el torneo de bochas de Concordia! 
 - Disculpen, debo continuar con mi tarea. -dijo Tito Martínez.
Los dos hombres se dirigieron al Elevador de Granos. Cuando Tito los vio ingresar abandonó su tarea para ir a la Estación a contarle al Jefe lo sucedido. 
Mi padre le agradeció.  
                                                               
 - Buenas tardes Jefe, somos Recibidores de Granos de Molinos Río de la Plata.
 - Buenas tardes. Los siete vagones que están junto al elevador son para Molinos.
 - Ya estuvimos con el Encargado del Elevador. Los cargaremos con trigo a granel. Estuvimos en la cancha de bochas. ¿Podemos jugar en ella?
  - La inauguraremos este domingo
  - ¿Con un torneo?
  - ¡No! Aquí no abundan los bochófilos Con suerte quizás consiga los otros dos.
  - Suspenda la búsqueda. Esos dos somos mi compañero y yo.
  - Los perdedores pagan el asado, pan y vino para quince. -dijo mi padre mostrando el papel en el que hizo el cálculo de los costos y sacó de su billetera dicho importe. 
Los Recibidores de Granos entendieron que debían imitarlo y le entregaron igual suma de dinero. Mi padre puso el dinero y el papel del cálculo en un sobre que guardó en la caja fuerte empotrada en la pared.
  - Si hay una diferencia en más o en menos la ajustamos después. 
  - No será con nuestro dinero. Ganamos el torneo de bochas de Concordia.
  - Entonces les será fácil vencernos.  

Mi hermano Guillermo de cinco años y medio, y yo, un año menor, llegamos con nuestro padre al sitio en el que estaba la cancha de bochas. 
La carne ya estaba en las parrillas y la grasa comenzaba a gotear sobre las brasas con un olorcito que me cosquilleó la panza. 

 Don Juan Waigand, que solía jugar a las bochas de compañero con mi padre, llegó a caballo saludando con su acostumbrado buen humor:
 - Güenas y santas. ¿Hay algo pa´ un paisano que no trae nada en la mano? 
 -  Blanco, clarete y tinto. -bromeó mi padre. Sólo había una damajuana de vino tinto. 
 - Los tomaré en ese orden. -dijo desmontando a la sombra del tala más cercano.
Estrechó la mano de mi padre intercambiando algunas palabras. Después de saludar a Tito Martínez vino hacia donde estábamos mi hermano y yo. Se detuvo a dos pasos y mirándonos serio exclamó: 
 - ¡Pantaloncitos negros de terciopelo, camisitas blancas de seda y zapatitos negros de charol! ¡Mucha pinta pa´ un asado! Para el próximo los quiero de bombachas y con alpargatas. -dijo al abarcarnos a mi hermano y a mí en un apretado abrazo. 
 - Nuestra madre nos hizo vestir así.
Mi hermano y yo queríamos a ese buen hombre de piernas eran combadas; según mi hermano, era de tanto andar a caballo.

Mientras don Juan hacía rodar las bochas para comprobar el nivelado del piso de la cancha; se detuvo un ebrio apoyándose en el alambrado y le gritó: 

 - ¡He Waigan! Áura que no anda montao ¿por qué no enderieza las gambas?
Mirándolo fe don Juan llevó su mano hacia atrás de su cintura diciéndole:
 - ¡Llegaste justo; necesitaba un insolente para probar el filo de mi facón. 
 - ¡Mejor me rajo! -exclamó el borracho y apuró sus pasos zigzagueantes.  

Los invitados fueron llegando. Los Recibidores vestidos con zapatillas blancas, pantalones blancos, remeras blancas y gorritos blancos con visera. 
- Parecen moscas en la leche. -dijo en voz baja uno de los presentes.   

Cuando Tito Martínez terminó de dar vuelta la carne en las parrillas mi padre le pidió que vaya hasta nuestra casa -adosada a la estación- y traiga la torta hecha por su esposa.   

No tardó ni cinco minutos en traer la torta con mucho merengue; la dejó sobre la "mesa" de tablas clavadas al trifurcado tronco del tala próximo a la cancha de bochas. 
Varios de los presentes se acercaron a observarla. Un brazo gambeteó a quien estaba delante de él, y acercándose a la torta con evidente intención de pasar un dedo por el merengue; la intrépida mano fue frenada por el fuerte chirlo que le dio Juan Waigand. 

Se había acordado que los dos primeros partidos serían a 15 tantos; si ganaban uno cada pareja, el tercero sería a 30 tantos. 
Mediante revoleo de una moneda determinaron con qué  bochas jugaría cada pareja. 
Mi padre y Juan Waigand optaron por jugar con las bochas lisas. 

El primer partido fue desarrollándose sin significativas diferencias en el puntaje. 

Uno de los Recibidores le hizo a su compañero un gesto: levantó sus cejas y ladeó su cabeza como diciendo: - ¡Mirá los principiantes, nos juegan de igual a igual!  

El puntaje estaba en 13 tantos para cada pareja, a sólo dos del final del primer partido cuando un Recibidores logró arrimar su bocha a 3 ó 4 centímetros adelante del bochín. 
Tres bochas rayadas rodeaban el bochín impidiendo la entrada de otra bocha. 
- Con esta jugada los Recibidores se aseguraron el primer partido - opinó uno, los demás asintieron.  
Mi padre y Juan Waigand, agachados, analizaron la difícil situación. 
Don Juan se irguió. Al dirigirse hacia el fondo de la cancha se tiró la boina hacia adelante. 
- ¡Cuidado, va a bochar! -advirtió uno que conocía su hábito de hacer visera con su boina cuando iba a bochar. 
Todos dieron unos pasos atrás, sabiendo que el bochín salta con fuerza cuando la bocha cercana a él, recibe un bochazo. 
Don Juan, mantuvo su brazo derecho extendido con la bocha en su mano, permaneció inmóvil como estatua durante varios segundos, sus ojos fijos en la bocha rayada que tapaba el bochín. Dio tres pasos rozando el piso de la cancha, como si lo acariciara. Bajó su brazo para impulsarlo con fuerza. En el momento de lanzar la bocha, giró su muñeca para que salga rotando hacia atrás.
¡¡¡Uhhh!!! ¡Que bochazo! -fue unánime la exclamación cuando esa bocha dio de lleno en la de los adversarios y quedó en su lugar. La bocha rayada saltó por encima del bochín y golpeó la rayada que estaba atrás del bocín, a 3 centímetros, y la alejó. 
Los Recibidores permanecían boquiabiertos, no podían creer que en una sola jugada le sacaran las dos bochas rayadas próximas al bochín, las que les darían el triunfo. 
- Suerte de principiantes. -dijo mi padre.
 
Casi de inmediato comenzó del segundo partido. 
Los recibidores parecían desmoralizados y desapareció su entusiasmo inicial. 
La suerte favorecer a los locales. Cada bocha que arrimaban parecía puesta con la mano. La ventaja se fue amplió en el segundo partido.
Mi padre y Juan Waigand ganaron con cierta facilidad. 

Cuando mi padre se disponía a cortar una porción de asado para llevárselo a mi madre, don Juan Waigand le pidió que él quería tener el honor de elegirle "la mejor tira de asado".  
Se la entregó a mi padre pidiéndole que le trasmita sus respetos a "doña Rosita" y le haga llegar su agradecimiento por la linda torta que preparó para la ocasión.
- Vaya tranquilo don Leonardo, yo vigilo los gurises.


Waigand le pidió a Tito que desocupe la "mesa" de tablas clavadas al tala, Tito tomó en sus manos la torta hecha por mi madre y la puso en el suelo, sobre una bolsa de arpillera, a la sombra de los talas.
Chacho, el hijo del cambista ferroviario Díaz, abrazándome, me llevó caminando mientras me hablaba de un nido que descubrió con huevos verdosos y pintas blancas, tomándome desprevenido me empujó haciéndome caer sentado sobre la torta con mucho merengue. Don Juan Waigand, atento a lo que hacían los hijos de su amigo, estuvo ahí enseguida aplicándole una tremenda patada a Chacho, en su trasero y echándolo de ahí. 
Poniéndose en cuclillas don Juan comenzó a sacar con la hoja de su facón el merengue adherido a mi pantaloncito de terciopelo para quitarle el merengue adherido. A cada pasada de la hoja se la llevaba a sus labios para sacar el merengue de lña hija de su facón, y lo lamía con la lengua. 
En esa tarea lo halló mi padre cuando regresó. Se mantuvo de pie detrás de él sin decir nada. Don Juan debe presentido su presencia porque giró su cabeza y le dijo: 
- Este merengue está de rechupete.

Una nimiedad como esa no alteró el desfile de los asistentes ante la "mesa" del tala, que, después de haber sacado una galleta de la bolsa colgada en una rama del árbol, recibían una generosa porción de asado. 

No había mesa, ni dónde sentarse, tampoco cubiertos, ni vasos. Cada uno se acomodaba donde podía: apoyándose en las tablas de las cabeceras de la cancha de bochas, contra los troncos de los talas, otros en cuclillas, y los demás de pié. 
Cada uno cortaba la carne de acuerdo a su ingenio: manteniendo la porción de asado en la galleta; otros apretando la carne con los dientes para cortar de arriba hacia abajo; otros la tenían apoyada sobre media galleta; los hábiles con el cuchillo apretaban la carne con los dientes y cortaban de abajo hacia arriba sin rebanarse la nariz. 
El vino lo tomaban directamente de las dos botas pamplonas de mi padre, que, volvían a ser llenadas cada vez que se acababa su contenido. 
Simultáneamente le entregaron a los Recibidores las botas pamplonas. Tanto uno como el otro estiraron sus brazos y desde lejos salió el chorro de vino que dio en sus caras y no en sus bocas entreabiertas. las presionaron, el chorro cayó en cualquier parte de sus caras y no en sus bocas entreabiertas.  
Mi padre, que se hallaba a cierta distancia, oyó risas y vio a los recibidores secándose sus caras con sus pañuelos. Supuso que hubo complicidad para que ocurra simultáneamente a ambos recibidores, se les aproximó cercó y les indicó cómo hacerlo:    
Echen hacia atrás sus cabezas, mantengan las botas con sus picos a un palmo de sus bocas abiertas y presiónenela, sin dejar de apretarlas vayan estirando sus brazos mantenoiendo la punteríapuntando a sus bocas acerquen el pico de la bota a un palmo de sus bocas semi abiertas, presionen el cuero para y vayan extendiendo sus brazos poco a poco, sin dejar de presionar mantengan la dirección del chorro de vino. Es una simpática costumbre de los navarros españoles. Estas botas se hacen con cuero de cabra, con el pelaje hacia adentro... ¡Muy bien! Lo lograron. 
El nuevo intento, por exitoso, fue premiado por los presentes con aplausos.

                                                               * * *                   loscuentosdeoscarpascaner.blogspot.com.ar                    

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