martes, 29 de julio de 2014

PUEBLO CHICO


Políticos partidarios se reunieron para elegir el candidato a Intendente Municipal. 
El intercambio de reproches, insultos e injurias originaron un escándalo mayúsculo.
 - ¡Alto! -dijo el Juez de Paz del pueblo- Ninguno de ustedes tiene méritos para ser Intendente. Yo tengo el candidato.
    - ¿Quién es? -preguntó uno.
    -  No lo conocen.  
    -  ¿Quién va a votar a un desconocido?
    - ¿A quién le importa quién es el candidato?  Nuestra gente vota el escudito.            
    - ¿Tiene Registrado domicilio aquí con la antigüedad requerida por los estatutos? 
    - Desde hace más de diez años. 
    - ¿Cómo es su nombre? 
    - Su nombre no importa. Es de confianza y no cometió fechorías.
    
En las elecciones ganó el desconocido candidato del Intendente   
 - ¿Cómo ganó ese ignoto personaje sin hacer campaña? -preguntó uno.
 - Por ser el candidato del Juez. -respondió el dentista. 
EJuez y el electo Intendente saludaron a los reunidos frente a la Municipalidad. 
  - Que te quede claro -dijo el Juez al Intendente remarcando cada sílaba- la autoridad máxima del pueblo soy yo. No hagas nada sin mi consentimiento. 
    
El día de su debut como Intendente recibió a dos señoras que le plantearon la necesidad de tomar alguna medida para evitar el vergonzoso espectáculo de una jauría de perros persiguiendo por las calles del pueblo a una perra en celo  
El Intendente consideró que una nimiedad como esa, la resolvía escribiendo con tiza un escueto mensaje en la pizarra que solían ubicar en el frente del edificio municipal cuando desean comunicar alguna ordenanza, edicto o mandato:

    El que tenga perro suelto que lo ate, y el que no, no.
  
Cuando alguien le trasmitió textualmente dicho mensaje al Juez, colérico dejó su escritorio y a paso acelerado recorrió los cincuenta metros que había del Juzgado y Registro Civil hasta la Municipalidad. Sin anunciarse, entró como tromba en el despacho del Intendente.
  - ¿Qué burrada es esa de "El que el que tenga perro suelto que lo ate, y el que no". Te dije que no hicieras nada sin consultarme. ¿Creés que los habitantes de esta localidad son brutos como vos?
  - No quise molestarlo con ese tema, yo pensé... 
  - ¡No pienses! ¡No te puse en este cargo para pensar! ¡Quien decide lo que se hace o se deja de hacer en este pueblo soy yo! ¡Entendé que no sos más que una figura decorativa en este cargo! ¡la autoridad máxima soy yo! 
  - Prometo de ahora en más no hacer nada sin consultarlo previamente.
  - Se acabó contigo mi trato amistoso. Sos mi subalterno y tenés que comportarte como tal Cada vez que nos crucemos en una vereda te saldrás de ella, te pondrás de perfil y me harás una reverencia como la que se le hace a un rey. ¿Entendiste? 
  - .
 - Si señor Juez.
 - De eso depende tu continuidad como Intendente, o no. ¿Está claro?  
 - Sí señor Juez.

Los empleados y quienes se hallaban en la Municipalidad oyeron la recriminación del Juez al Intendente. Detalles de ese incidente se hizo público.
El Intendente se pasaba de vereda cuando veía venir al Juez por la que él transitaba.
  
Una fuerte lluvia nocturna anegó las cunetas existentes junto a las veredas. 
En las primeras horas de la mañana la intensidad del aguacero se hizo llovizna.
Las calles de tierra quedaron convertidas en barriales, como cada vez que llovía. 
Un grupo de diez estibadores, apoyados en la pared norte del almacén y despacho de bebidas de Rosen, aguardaban que los de Casa Klein, acopiadores de cereales, soliciten algunos hombres para algún trabajo en el interior del depósito. 
La mitad de esos hombres decidió amenizar la espera con algún trago fuerte y fueron a acodarse en el mostrador pidiendo una copa de caña, de ginebra u otra bebida. 
Uno de los hombres que quedaron junto a la pared norte del local de Rosen anunció: 
  - El Juez viene por aquella vereda y por ésta el Intendente; no podrá zafar del encuentro porque la zanja rebalsa de agua y no podrá evitar el encuentro. 

El Juez vio que el Intendente venía por la misma vereda. El Juez sacó pecho y puso sus brazos en jarra para ocupar casi todo el ancho de la acera
El Intendente se detuvo y observó el panorama: la cuneta colmada con agua y la calle embarrada le impedían una escapada decorosa. 
Optó por pararse de costado en la angosta franja con pasto que había entre la vereda y la zanja.

Al pasar junto a él el Juez le dio un "toque" con el hombro al Intendente al pasar junto a él. ese "toque" le hizo perder el equilibrio al Intendente que cayó hacia atrás, su instinto o su habilidad oportuna hizo que extienda sus brazos hacia atrás y apoye las palmas de sus manos al otro lado de la zanja. Su cuerpo arqueado evitaba el contacto con el agua. El Juez dio dos pasos más como si nada hubiera pasado, pero se detuvo y observó al Intendente con el cuerpo arqueado para no mojarse. Ante la sorpresa de quienes los observaban, le extendió su mano. El Intendente cargó todo el peso de su cuerpo en su brazo izquierdo y levantó velozmente su mano derecha para tomar la salvadora mano del Juez, pero éste, en ese preciso instante, la retiró para rascarse la nariz. El Intendente se aferró a la parte inferior del saco del Juez y lo arrastró consigo hacia la zanja con agua. 

                                                                * * *                   loscuentosdeoscarpascaner,blogspot.com

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