lunes, 21 de julio de 2014

MIS VACACIONES

MIS VACACIONES                                Recreación de la composición que hice al iniciar cuarto grado.                                                                                           La redacción era propia de un chico de nueve años y medio.  
                                                                                         Los conceptos se ajustan fielmente a aquellas vivencias. 
   
El segundo domingo de febrero me desperté temprano. 
Mi hermano Guillermo, un año mayor que yo, seguía durmiendo.    
Me vestí con mi equipo de fútbol: la camiseta roja de Independiente, pantalón corto blanco y, con la pelota en las manos dejé nuestra habitación.
Saludé a mi madre con el beso de los buenos días.
Después de desayunar mi madre me pidió que le traiga de nuestra huerta verduras y hortalizas, especificando la cantidad de cada una. 
Cuando regresaba con el pedido de mi madre oí el ruido del escape abierto de un auto que se detuvo en la playa de la estación Domínguez. Como mi padre era el Jefe de esa estación de ferrocarril, nosotros vivíamos en la vivienda adosada al edificio de la estación. No podía ser otro que el Chevrolet 28 de mi abuelo, pues los domingos a la mañana no corría ningún tren de pasajeros.
  
Eran pocos los autos que andaban con escape abierto, uno de ellos era el Chevrolet de mi abuelo materno. Sus visitas dominicales tempraneras solían ser sin aviso previo.  
Con premura dejé en la cocina la canasta con lo pedido por mi madre, que dijo: 
 - Tu cara me hace suponer que estás pensando en una travesura. 
 - Una travesura que te gustará. Creo que vino el abuelo. 
Convencido que era él corrí a su encuentro gritando ¡vino el abuelo! para avisarles a mi padre y mis hermanos Guillermo y María Juanita. 

Promediando la tarde mis padres y el abuelo charlaban tomando mate sentados a la sombra de los paraísos. Cerca de ellos, mis hermanos y yo jugábamos en el arenero. 
De pronto se oyó el cornetín del heladero.   
  - Yo invito -dijo el abuelo dejando su sillón y saliendo a su encuentro. Corrí tras él. 

  - Seis helados de vainilla y chocolate. -pidió mi abuelo.
El heladero tomó un cucurucho, pero se detuvo cuando mi abuelo le dijo: 
  - No, en cucuruchos no. Sírvalos en los vasos de siempre. 
  - Este verano compré sólo cucuruchos a pedido de los clientes. Son muy ricos.
  - Sirva cinco. Yo no voy a lengüetearlo como un chico. 

Mis hermanos se habían ido llevándose sus helados y los de nuestros padres. Yo me quedé junto al abuelo esperando mi helado. Cuando iba a pagarle le dije al heladero: 
  - Sirva otro helado para mi abuelo. 

El heladero agradeció por la compra y emprendió la marcha con su vistoso carrito.  
El abuelo, dispuesto a "no lengüetearlo" echó hacia atrás la cabeza y dejó caer el helado en su boca; inmediatamente bajó la cabeza y el helado volvió al cucurucho.
 -¡Esto quema!- exclamó. 
Corrí tras el heladero y le pedí unas cucharitas. Me dio varias. Le dí una al abuelo
y comencé a tomar mi helado con cucharita, el abuelo hizo lo propio. 
 - Yo creía que los helados en cucurucho sólo se toman legüeteándolos. 
 - Y después de tomar el helado se come el cucurucho, es muy rico. 
 - No se me ocurrió tomarlo con cucharita, siempre vi que ustedes lo lengüetean.
Ya estábamos llegando donde se encontraban mis padres cuando me preguntó: 
  - ¿Querés venir conmigo al campo por dos semanas
  - ¡Sí abuelito! ¡Me gusta mucho su campo, es el más lindo de todos! 
Mis saltitos de alegría casi hacen perder la estabilidad de mi helado.

Mis padres me dieron su conformidad para ir por dos semanas con mi abuelo.
Mi madre preparó un bolso con ropa y me hizo muchas recomendaciones. 
Al atardecer partimos con el abuelo en su Chevrolet modelo 1928.   

Doña Pepa y su nieto salieron de la casa al oir el escape abierto del auto del abuelo. 
Negro me saludó con un abrazo y me dio otro al saber que me quedaría quince días.
Doña Pepa recibió ese nieto cuando tenía un mes de nacido. Nos contó a mi hermano y a mi, que era hijo de una hija que se fue con una familia conocida a Buenos Aires, para trabajar empleada doméstica y estudiaría alguna carrera corta. Pero un día vino con un bebé y le pidió a la madre que se lo cuide hasta terminar sus estudios. Pero nunca más volvió. Doña Pepa lo llama Negro. 
Cuando mi abuelo enviudó, la fiel doña Pepa, se encargó de las tareas domésticas.
Cuando Negro tuvo edad de ir a la escuela era mi abuelo quien lo llevaba y lo traía. La escuela estaba en el pueblo de La Capilla, a tres kilómetros de su chacra. 
Al año siguiente le pidió al abuelo que lo deje ir a la escuela en el manso "Coco", el caballo que montaba desde que tenía seis años. 
Así él, como otros chicos, hijos de colonos, iban a la escuela en caballos, algunos debían recorrer unos cuantos kilómetros con fríos y calores intensos. 

Al día siguiente que llegué a la casa del abuelo, Negro y yo desayunábamos en la amplia cocina cuando entró el abuelo anunciando que había preparado el “Coco” para que saliéramos a pasear por el campo.   
Montados en el mismo caballo partimos cuando Negro emitió un silbido. 
Dejamos atrás el cuadro denominado "paraisal" donde el abuelo cultiva paraísos que vende a los colonos que los adquieren para cumplir con uno de los requisitos de los contrato de colonización que estipula la obligación de plantar árboles.
De pronto se presentó ante mis ojos un espectáculo de increíble belleza: el verde pasto y los dispersos manchones de rojas verbenas, mantenían gotitas de rocío que los rayos de sol le hacían irradiar miríadas de reverberaciones iridiscentes.   
Me mantenía subyugado por ese espectacular paisaje de increíble cuando Negro detuvo el andar del caballo instándome a observar una lechuza que, batiendo velozmente sus alas, se mantenía estática en el aire con una víbora en sus patas. 
  - Mirá cómo gira su cabeza para ver que no haya alimañas cerca -dijo Negro. 
  - El término apropiado del giro de cabeza es rotar. Leí que los búhos rotan sus cabezas en ángulos de 270 grados, por lo que su visión alcanza los 360 grados.
La lechuza descendió en el montículo de tierra formado con la que sacaron al hacer la cueva para su nido. Desde allí miró el entorno rotando su cabeza. Con la certeza de que no había ningún depredador de nidos, ingresó en la cueva. 
  - La víbora servirá de alimento para sus pichones -dijo Negro y emitió el consabido silbo para que el caballo reinicie la marcha.  
Cuatro teros emitieron estridentes gritos y levantaron vuelo lanzándose en veloces picadas intimidatorias que pasaron rozando nuestras cabezas. 
  - Actúan así porque tienen el nido por aquí cerca. -afirmó Negro.   
  - El refrán dice que los teros gritan lejos del nido.
  - Los teros gritan cerca y lejos del nido. Cuando actúan como ahora es porque su nido está por aquí. Ahora vas a ver otros recursos para alejarnos -dijo Negro bajando del caballo yendo hacia el sitio en el que se posaron los cuatro teros. Tres levantaron vuelo; el que quedó en el suelo se alejó rengueando. 
 - Renguea para hacerme creer que será una presa fácil, -dijo Negro y agregó- así me aleja del nido. Es otro de sus recursos para alejar a las alimañas. Ahora simulará que tiene rota un ala, observalo. 
En efecto, el tero que se hacía el rengo, se tendió en el suelo desplegando una de sus alas para simular que está quebrada. Cuando Negro hizo el ademán de atraparlo levantó vuelo.  
Negro montó en el "Coco" y emitió el silbido para que reinicie la marcha.  
Al llegar al arroyo, en el límite del campo del abuelo, vimos una estela en el agua. 
Unos ojos saltones nos observaron unos segundos, un animal de regular tamaño dio una voltereta sacando parte de su cuerpo del agua, y se alejó nadando.  
 - Chau nutria -dijo Negro y emitió el silbido que alentó al Coco a retomar la marcha.
 - Ahora te voy a mostrar un nido de cardenales. -dijo Negro dirigiendo el caballo hacia un frondoso paraíso. Detuvo al Coco debajo de la rama que tenía el nido.
Oímos piar a los pichones. Negro sugirió que nos paremos en el lomo del caballo. 
En el nido había cuatro pichones ya emplumados que abrían muy grande sus picos reclamando comida. Negro silbó en un intento de imitar al cardenal. 
El caballo, acostumbrado a iniciar la marcha cuando Negro silbaba, marchó haciendo que choquemos en la rama en la que estaba el nido. ¡Zás! Negro, los pichones y yo caímos al suelo. El Coco se detuvo. Doloridos por el golpe nos pusimos de pie. Negro dijo que debíamos devolver los pichones al nido. 
Como yo no había aprendido a montar me hizo estribo entrecruzando los dedos de ambas manos. Apoyé en ellas mi pie izquierdo y logré montar. Me puse de pie en el lomo del Coco para recibir los pichones que Negro me daba y yo ponía en el nido.  
  - Vovamos Negro, me duele todo el cuerpo.

Durante el almuerzo, con un gesto Negro me preguntó cómo iba mi dolor; moví los labios hacia un lado y otro como diciendo más o menos. 
Después de almorzar Negro dijo que podemos darnos un chapuzón en las bateas en las que abreva el ganado mientras el abuelo duerme la siesta, el agua tibia aliviará mis dolores. Después nos secamos al sol.

Durante la cena el abuelo nos preguntó si nos animábamos a hacer una tarea. 
A coro le respondimos afirmativamente.  
- Quiero que desagoten las bateas y las laven bien con escoba y cepillo. Después abren el molino y las llenan con agua fresca. El mensual dijo que los caballos y las vacas olfatearon el agua y se retiran sin tomarla. 

Después de desayunar hicimos la tarea encomendada por el abuelo.

 - Abuelito, ya hicimos lo que nos pidió. -le dije en cuanto terminamos. 
- Sí, los vi trabajar con entusiasmo. ¡Muy bien! Son unos niños muy obedientes.

A la hora de la siesta Negro y yo volvimos a bañarnos en las bateas. 
Mientras chapoteábamos en el agua vimos que el abuelo venía agitando los brazos. Negro y yo salimos rápido, manoteamos nuestras ropas y corrimos hacia la parte trasera del galpón. Desde allí oímos que el abuelo le decía a López, su mensual, que se hallaba en el galpón apilando unas bolsas con granos.
- ¡Negro y mi nieto se bañan en las bateas. Por eso los animales no toman agua!

Durante la merienda doña Pepa dijo que podíamos expiar nuestra culpa ayudando al   abuelo a recolectar limones, verduras y hortalizas que llevaría mañana temprano a los negocios del pueblo. 
Negro y yo fuimos dispuestos a aguantarnos la reprimenda del abuelo por habernos metido en las bateas. 
  - Abuelito venimos a ayudarlo. Doña Pepa dijo que había que recolectar limones,  verduras y hortalizas.
  - Empiecen por arrancar cincuenta limones, después les diré qué más hacer.
El abuelo actuó como si no tuviera nada que reprocharnos. 
Cumplimos con lo que nos iba indicando. Cuando se llenaban los canastos con lo que recolectábamos los llevábamos a la cocina donde doña Pepa las lavaba las verduras y hortalizas y las acondicionaba en cajones que llevamos a la galería.    

Cuando me disponía a acostarme el abuelo dijo que mañana temprano iríamos al pueblo de La Capilla en el carricoche para entregar lo que habíamos recolectado. 
       
Me desperté cuando el abuelo dejaba su cama.
Doña Pepa le preguntó a mi abuelo si podía servir el desayuno y dijo que sí.
Saludé a Negro con un choque de las palmas de nuestras manos.
Los bultos ya estaban cargados en la volanta. El alazán, en las varas, se mostraba inquieto, giraba su cabeza como buscando a su amo.
El caballo recorrió a paso ágil los tres kilómetros que había hasta el pueblo. 
El abuelo lo detuvo la en la estafeta postal donde se encontró con un hombre de raza negra. Se saludaron sonrientes. Mi abuelo le dijo que yo era su nieto. 
Mientras el abuelo era atendido por el estafetero el hombre de piel oscura se agachó para ponerse a mi altura y me habló en voz baja.  
 Al subirnos al carricoche el abuelo me preguntó qué me había dicho su amigo.
  - Algo que yo ya sé, pero me gustó que él me lo diga. 
  - ¿Qué te dijo?
   - Que usted es muy bueno -el abuelo me abrazó con fuerza.  
  - Aquí los llaman manecos, significa negro en portugués. Aquí hay unos treinta. 
Son descendientes de esclavos africanos. Vinieron del Brasil. Son buena gente. 
  - Yo leí “La Cabaña del Tío Tom” que relata la vida de los esclavos en los Estados Unidos. Es muy triste. Me hizo llorar.
 - Prométeme que jamás harás diferencias por color de piel, raza, religión o pobreza.
  - Lo prometo abuelito. Eso ya me lo enseñaron mis padres. Soy amigo de todos.

En los dos comercios que visitó mi abuelo les dijo a los dueños que yo era su nieto, uno de los hijos de Rosita. Ellos elogiaron a mi madre y me obsequiaron golosinas. Después fuimos a otros dos negocios en los que mi abuelo descargó lo que llevó y compró lo anotado en la lista que hizo doña Pepa.


  - Ahora pasaremos a saludar a un amigo.
Mi abuelo detuvo su berlina frente a un local que tenía el cartel de "Platero".   
El hombre dejó su mesa de trabajo cuando vio a mi abuelo y los saludó sonriente.
  - Este es mi nieto Oscar, el segundo de los hijos de Rosita. -dijo mi abuelo y ese señor me dio unas palmaditas en un hombro y me hizo las mismas preguntas que me hechas por los otros comerciantes, a los que mi abuelo, les había dicho lo mismo:
  - ¿ Cuántos años tenés? ¿A qué grado vas? 
Mi abuelo y el platero hablaron de temas generales y de la guerra en Europa.
El platero pareció acordarse de algo divertido y comenzó a contárselo al abuelo: 
  - Vinoue un gaucho de buena estampa, bien vestido, y me dijo que quería ver las rastras para su cinto. Le mostré una que estaba haciendo y le dí el cuaderno en el que dibujo los distintos diseños que voy creando. Eligió uno de los dibujos. Cuando le pregunté cuáles eran la iniciales de su nombre, se quedó mirándome. 
Le expliqué que las iniciales son las primeras letras con las que "inicia" su nombre y su apellido. 
  - ¡Ahhh! Entonces póngale una "cre" y una "jua"; mi nombre es Crescencio Juaría. Mi abuelo sonrió. 
Ese relato me hizo pensar en los chicos conocidos a los que sus padres no los hacían estudiar porque para trabajar "no era necesario ser leidos" me había quedado serio.
  - ¿No lo entendiste?  
  - Sí señor. Ese hombre no debe haber ido a la escuela. No sabía qué son iniciales. Por eso le dijo las primeras sílabas de su nombre y de su apellido. 
           
                                                                    * * *          loscuentosdeoscarpascaner.blogspot.com.ar








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