lunes, 21 de julio de 2014

El brachichito

Mi hermano y yo, imitando un número circense, arrojábamos cuchillos al tronco de un magnífico brachichito que había en el patio de nuestra casa. Sorpresivamente, nuestro padre apoyó sus brazos en nuestros hombros y nos guió a un banco cercano donde nos hizo sentar.
  - Deseo contarles la historia de un niño de nueve años al que se le murió el padre. Su madre esperaba otro hijo que nació a los pocos días de la muerte de su esposo. El bebé nació con serios problemas de salud. Su madre lo llevó al Hospital de Niños de Buenos Aires donde quedó internado. La madre con sus dos hijitas pequeñas se quedó a vivir en Buenos Aires. Su hijo mayor de nueve años quedó en casa de sus abuelos, pero ellos vivían en el campo donde la escuelita sólo tenía primero y segundo grado; para que el niño pueda cursar el tercer grado su abuelo lo dejó en casa de extraños. Trabajaba todas las tardes hasta el anochecer en el almacén de quienes a cambio le daban techo y comida. Por las noches, acostado en el duro mostrador que le servía de cama, lloraba la muerte de su padre y la ausencia de su madre y hermanitas.   
Su maestro, que sabía de su gran dolor, le regaló un arbolito diciéndole: Es un brachichito. Si lo cuidas bien y te esmeras en el estudio y lees buenos libros, este arbolito y tú, se convertirán en dos espléndidos ejemplares de vida.  
El niño, ya adolescente, por su trabajo e trasladaba de un pueblo a otro  llevando consigo el arbolito que le regaló su maestro.
Pasó el tiempo y ya hombre su trabajo lo llevó a un sitio que consideró el lugar en el que se quedaría para siempre. Trasplantó el brachichito al patio de la casa, se casó con una buena mujer, tuvo hijos, el brachichito se convirtió en un espléndido árbol. Se sintió satisfecho por haber cumplido con su maestro, Él y el brachichito se habían conertido en dos buenos ejemplares de vida. Pero un día ese hombre que  sus hijos le arrojan cuchillos al tronco de ese brachichito, que lo acompañó en su triste infancia y adolescencia. Siente gran dolor, punzadas en el cuerpo, como si los cuchillos se clavaran a él.
Mi hermano y yo llorábamos a moco tendido ahogados por  la angustia. Comprendimos que el niño del relato era él. Entre sollozos lo escuchamos decir:
  - No comprendo cómo niños educados con los más elevados valores éticos y morales lastiman un árbol sabiendo que los árboles nos son tan útiles, nos dan oxígeno, sombra, flores, madera. Con madera hicieron sus cunas, los pupitres y pizarrones en los que aprendieron a leer y escribir. Y con madera también harán los ataúdes que nos llevarán a  nuestras sepulturas.
   - ¡Perdón papito! Nunca más maltrataremos un árbol. -prometimos con palabras entrecortadas por sollozos.

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