martes, 29 de julio de 2014

SOLIDARIDAD

SOLIDARIDAD 

La doctora Clara S. de Filer y el Director de Escuela, señor Máximo Castro, nuestros instructores del Centro Cultural Alberdi, nos hicieron saber que razones personales les impedirían asistir a la reunión del viernes. No obstante ello, los adolescentes y jóvenes que solíamos ir a esos encuentros nos presentamos en la sala que con ese fin nos cedía la Biblioteca Domingo F. Sarmiento de nuestro pueblo entrerriano. 
En la Biblioteca se hallaba Leonardo Niemitz, primo hermano de mi padre, agricultor, nacido a principios del 1900, época en que la enseñanza elemental, según Ley 1420, por eso de la gradualidad, se consideraba Enseñanza Elemental, hasta el 3er grado de la primaria. Él, como tantos otros, tuvo la inquietud de superarse, y la única forma de hacerlo era siendo autodidacta. Leonardo Niemitz escribió una obras de teatro titulado "Langosta", la que fue representada en un teatro de Buenos Aires con buena crítica. Acordé con mis amigos invitarlo a participar de nuestra reunión. 
Accediendo a mi pedido nos contó sucintamente el argumento de esa obra:
  - Es la teatralización de las vicisitudes a las que estaban expuestos los agricultores; que de cada tres cosechas perdían dos, por problemas climáticos o plagas.  
La obra está basada en lo que vivió nuestra colonia San Gregorio: después de perder dos cosechas seguidas, una por sequía y la otra por exceso de lluvias, la siguiente prometía ser buena, los tallos de los trigales se doblaban por el peso de sus granos. Nuestros padres hablaban de cancelar las deudas acumuladas y reemplazar el viejo sulky en el que íbamos a la escuela y se hacían las compras de almacén en el pueblo. Mi padre describía un carruaje con asientos mullidos tapizados en cuero rojo, capota de lona que podía plegarse y elásticos que amortiguan el traqueteo. 
La subsistencia de nuestra familia, compuesta por mis padres y cinco hijos, dependía de la producción agrícola, de huerta y granja. La parcela de tierra asignada por la Empresa Colonizadora la pagábamos poco a poco, conforme al resultado de las cosechas. 
Nuestros padres y los habitantes de la colonia se inquietaron al ver una gran nube negra. La inquietud se convirtió en terror cuando se oyó un zumbido característico. 
  - ¡Langostas! -anunció un anciano con una voz desesperada.
  - ¡Ojalá que sigan de largo! -dijo otro.
Los que se encontraban fuera de sus viviendas sintieron en sus cuerpos el golpeteo de los insectos que descendían.   
En minutos devoraron sembradíos, ropas colgadas y las amargas hojas de los árboles de paraíso. La plaga de langostas devoró cultivos y proyectos. Después vendría el desove y nacerán millones de langostitas saltonas que seguirán devorándose lo poco, casi nada, que dejaron las adultas  
La participación de niños en el elenco que representó esa obra, en el papel de los hijos del colono, pintaron en toda su magnitud, la dramática situación que produce la pérdida de una cosecha. Esa obra pretende hacerles saber a quienes viven en las ciudades que con los granos que producen los agricultores se elaboran alimentos. 
Esta dramática teatralización de la realidad a la que están expuestos los modestos chacareros, fue muy bien interpretada por buenos actores que lograron conmover al público hasta las lágrimas. Considero que logré hacer conocer una realidad. 

  - ¿Escribió alguna otra obra sobre la temática agrícola? -le pregunto una chica. 
   - Pienso teatralizar un suceso ocurrido en la colonia San Gregorio en los primeros años de su fundación. Esa colonia se fundó con inmigrantes de Europa Oriental. 
En uno de los contingentes de inmigrantes, que llegaron por el plan de colonización agraria del barón de Hirsch, había unos enfermos de fiebre tifoidea que internaron en el hospitalito "La Barraca" del doctor Yarcho. Entre ellos estaban los padres de una chica llamada Sara y del joven José. Ambos eran hijos únicos. Durante el viaje que los trajo de la lejana Europa Oriental sin otros familiares, entablaron una amistosa relación, cercana al enamoramiento. 
Sara fue alojada en la vivienda del doctor Noé Yarcho para ayudar a la esposa del doctor, María Sajaroff, en las tareas del hogar y en la atención de los enfermos. 
La Administración de la Empresa Colonizadora autorizó a José a tomar posesión de la parcela de tierra y la vivienda asignadas a su padre.   
Los padres de Sara y los de José fallecieron.
El administrador de la Empresa Colonizadora le dijo a José que los estatutos del plan colonizador no tenía previsto la entrega de parcela a jóvenes solteros.
  - Si me caso ¿me otorgaría le la parcela y la vivienda destinada a su padre?
 José amaba a Sara y ella parecía corresponderle. No dudó en proponerle matrimonio.  El rudo trabajo para erradicar añosos árboles de la parcela,  mejorar la modesta vivienda de barro con techo de paja y pisos de tierra, los hizo sobreponerse al dolor por la pérdida de los padres de ambos.
Al año nació un bebé; lo llamaron Darío.
El niño creció sano y fuerte. Desde muy chico colaboraba con sus padres en tareas menudas: alimentar a las gallinas, juntar los huevos, regar la huerta, etc. A sus seis años ya montaba su petiso. En la escuela se ganó el cariño de la maestra y de sus compañeros. Sara y José se sentían orgulloso por los progresos del hijo y la linda familia que constituyeron con mucho amor. 
A sus trece años Darío ayudaba a su padre en la labranza del suelo y en otras tareas. A su pedido su padre compró otro arado. Con los dos arados terminaban de arar en la la mitad del tiempo que se hace con un arado. Esa decisión hizo que tuvieran más tiempo para dedicarlo a otras tareas propias de los que se dedican al noble oficio de cultivar el suelo.  
Darío trabajaba a la par de su padre y así lograban finalizar temprano todas las tareas programadas para cada dí y reunirse con Sara para disfrutar en famailia.    
Un amanecer, mientras desayunaban José comentó:
  - Iré a Domínguez para hacer soldar el soporte el mango de la bomba, porque esa atadura con alambre hace que todo el esfuerzo recaiga en el otro soporte. Dirigiéndose a su esposa le pidió que le apronte las bombachas negras, la camisa blanca, su pañuelo rojo y el sombrero.
Darío ensilló el doradillo de su padre, envolvió en una bolsa la pieza de la bomba y besando a su madre le anunció que continuaría arando la parcela.  
  - Darío ensilló tu doradillo y aprontó la reja. Se fue a arar la parcela -le dijo Sara a su esposo cuando apareció en la cocina comedor vestido con sus prendas gauchas.
  - ¡Este buen hijo nuestro, siempre comedido y dispuesto a colaborar en todo!    
José se despidió de Sara con un beso. Ya montado en su caballo, recibió de Sara la bolsa con la reja del arado. Ello lo acompañó hasta el portón.   
  - Estimo que estaré de regreso para el almuerzo. -dijo José al llegar a la tranquera.
Sara permaneció junto al portón esperando su acostumbrado gestos de girar su torso para hacer el ademán de depositar un beso en sus dedos apiñados y arrojárselo mientras sus labios dibujaban un: "te amo". Sara, con las manos en el corazón, devolvió su gesto. Desde el patio posterior dirigió la mirada hacia la parcela y vió la silueta de Darío empuñando el arado seguido por su perro.
Al promediar la mañana, mientras realizaba las tareas domésticas oyó oir el piafar del doradillo. Contenta del pronto regreso de su marido salió al patio trasero a recibirlo,  pero allí todo estaba en calma. 
Algo inquieta por su confusión entraba en la cocina cuando su vecina alarmada dijo:  
  - El doradillo de su esposo está frente a su casa...   
Sara corrió. Horrorizada vio al caballo sin jinete y el cojinillo ensangrentado. 
   - ¡Dios mío, hirieron a mi José! - la vecina la sostuvo cuando se desvaneció.
Una mujer bajó del sulky en el que iba, montó el doradillo diciendo: 
  - Voy a buscar a Darío. -gritó mientras el caballo partía a la carrera. 
 No fue necesario explicarle nada. Darío ahogado por el llanto abrazó a la mujer y monté el caballo de su padre partiendo velozmente.
Con lágrimas que le enturbiaban la visión trepó al carruaje en el que cargaron a su madre, que permanecía tendida en el asiento trasero. El conductor apuró a lo caballos que galopando tomaron el camino que los llevaría al hospital de Domínguez.
Darío acariciaba el demacrado rostro de su madre diciéndole:
  - Mamita, mamita. -pero su madre no daba señales de oirlo. 
El conductor del carruaje sofrenó los caballos antes del paso a nivel de las vías del ferrocarril al ver manchas oscuras que se extendían hacia el pastizal que lo orillaba. Allí hallaron el cuerpo apuñalado de José.  En el extremo de su aflicción Darío ayudó a cargarlo en el carruaje. Angustiado observaba los cuerpos inertes de sus padres. El doctor confirmó la muerte de José. Lo velaron en casa del propietario del carruaje. 
Darío, muy demacrado sollozaba quedamente en el velorio. Los sollozos se hicieron desgarrador llanto cuando bajaron al foso el ataúd con el cuerpo de su amado padre.
 Un colono lo llevó al hospital de Domínguez donde quedó su madre. 
 Falleció dos días después sin haberse recuperado de su desvanecimiento.
 Fue un golpe tremendo para Darío. Al oir el ruido de las paladas de tierra cayendo sobre el ataúd salió corriendo del cementerio. Nadie atinó a correr tras él. 
Después fueron a buscarlo a su casa pero no lo hallaron. Varios habitantes de la colonia salieron a recorrer los alrededores pero no lo hallaron.
Al día siguiente el desconocido que ingresó al almacén "En defensa de o pobres" oyó hablar del muchacho extraviado.
  -  Ahí, a orillas del río hay un muchacho con un perro que, tirado en el suelo mira al cielo. Cuando le pregunté si podía ayudarlo se quedó mirándome sin responderme. Lo convidé con pescado asado; comió sin hablar; su mirada parecía perdida.
Los hombres que se hallaban en el almacén le contaron su desgracia. El desconocido se ofreció a enseñarles el sitio en el que estaba el muchacho.
Allí vieron a Darío y su perro. Se dejó abrazar y así, abrazado lo llevarlo a su casa.
Cuatro señoras acordaron turnarse para suministrarle comida y lavarle la ropa. Los vecinos  querían alojarlo en sus modestas viviendas pero él se negó a dejar su hogar. 
 Dos colonos terminaron de arar la parcela del finado José, compraron las semillas y las sembraron. Ese gesto solidario hizo que Darío vea la realidad. Si esos hombres no lo hubieran hecho la Empresa Colonizadora le quitaría la parcela y la vivienda.
 Cuando se sobrepuso del tremendo drama visitó a cada uno de los hombres que araron y sembraron su parcela y a las mujeres que tanto lo ayudaron, diciéndoles:
  - Al perder a mis padres de manera tan horrenda, enloquecí de desesperación. No aceptaba la idea de seguir viviendo sin ellos, pero vuestra solidaridad me hizo bien. Bondadosas señoras me alimentaron y lavaron mis ropas, dos buenos vecinos araron mi parcela, compraron las semillas y las sembraron. ¡Les agradezco de corazón por todo lo que han hecho por mí! Compartiré mi cosecha con quienes me ayudaron.

Ahí lo tenemos a Darío trabajando mucho y bien. Un petitorio firmado por todos los integrantes de la colonia San Gregorio logró que el administrador de la Empresa Colonizadora haga caso omiso al artículo que no lo faculta a entregarle parcelas de tierras de labranza a jóvenes solteros.  

                                                             * * *                 loscuentosdeoscarpascaner.blogspot.com

1 comentario:

  1. Conmovedora y emotiva historia, querido tío. Triste triste hasta el llanto, y sin embargo triunfa la vida por el amor, la generosidad, la solidaridad de la gente que ama a Darío.
    Muchas gracias
    Un abrazo apretado. Te quiero
    Analía

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