lunes, 21 de julio de 2014

MI PRIMO GOYO

MI PRIMO GOYO

Goyito es hijo de mi tía Aída, la hermana en Buenos Aires. Es un pibe avivado como lo son muchos de los chicos de 12 años que viven en Buenos Aires.
Siendo muy chico, fue con su madre al "campo", así llamaba a mi pueblo Domínguez, con al más de mil habitantes. Al ver las gallinas que criaban mis padres, preguntó qué ave era esa, señalando una de la gallinas; su madre le explicó que era un pollo, como el que compran en el mercado. - ¿Pero éste está vestido con plumas! -exclamó.

En Diciembre de 1941 mi hermano Guillermo, de 12 años y yo de 11, viajamos a su casa en Buenos Aires invitados por nuestra tía Aída. Esa familia estaba integrada por la tía, su esposo, sus hijos Juanita de 16 años, Goyo de 12, Hugo de 11 y la abuela, madre de la tía y de mi padre. 
Vivían en el barrio de Caballito, en El Maestro 54, a una cuadra del Parque Rivadavia.
El día siguiente a nuestra llegada íbamos a ese parque con nuestros primos Goyo y Hugo cuando el barrendero se paró delante de nosotros blasfemando en dialecto italiano a Goyo; éste hizo el amago de escapar por la derecha y  escapó a la carrera por la izquierda. Yo corrí tras él; cuando le dí alcance le pregunté 
   - ¿Por qué está tan enojado ese barrendero? 
   -  Porque le hice pasar un papelón ante la Directora de la escuela.
   - ¿Cómo fue eso?
   -  La Directora citó a mi padre por una de mis travesuras. Como mi viejo es muy severo pensé en conseguir a alguien que se prestara a hacer el papel de mi padre. El barrendero siempre saludaba muy atento a nuestra familia. Mi padre le había dicho a mi madre que regale dos de sus trajes; uno de ellos, lo usó en dos oportunidades. Mi madre juntó ropa que nos quedaba chica y junto a los dos trajes, casi nuevos, se la regaló al barrendero. Estaba tan agradecido que a diario nos demostraba afecto.  
Eso me hizo suponer que ese barrendero no se opondría a hacerse mi padre. 
Cuando se lo dije a mi madre estuvo de acuerdo con la condición de venga a casa para que ella lo instruya para hacer bien el papel de ser mi padre. 
Al día siguiente se presentó en casa a las 7 de la mañana, vestido con uno de los trajes que había sido de mi padre. ¡Parecía un gentleman!  

Mi madre lo instruyó:  
  - Preséntese ante la Directora diciendo: Mucho gusto, Bernardo Rubel.
  - Molto piacere, ío sono Bernardo Rúbelo. -ensayó el tano.
  - Rúbelo no, Rúbel. Y nada de molto piacere ni ío sono. Sólo diga Bernardo Rubel.
  - Bernardo Rúbeli.
  - Rúbeli no, Rúbel con ele final.
  - Bernardo Rúbe.
  - Así está mejor, sólo diga Bernardo Rúbe.

Mi padre sustituto lo hizo a su manera.
  - Bon giorno signora direttora, ío sono il papá de este bambino. ¿Qué fato el mío figlio? -yo permanecía con la cabeza baja demostrando mi arrepentimiento. 
La Directora lo miró y me miró quizás buscando rasgos fisonómicos similares.  
Yo estaba convencido que descubriría nuestro engaño. 
  - Su hijo, Gregorio Rubel -dijo la Directota enfatizando cada palabra- es el cabecilla de cada uno de los actos de indisciplina de sus condiscípulos. 
  - Ío le insegnaré a respetare la escuela y a la signora diretora -dijo el tano dándome un fuerte golpe en la parte trasera de mi cabeza con su enorme manota.
  
De camino a la salida le reproché por el tremendo golpe que me dejó turulato.       
  - Ío tenía que representare bene a tu papá.

  - Meses después la Directora citó al padre de Zamora, mi mejor amigo. -dijo Goyo y relató- Yo le había contado de aquella oportunidad en la que contraté al barrendero para que actuara como si fuera mi padre. Acompañé a Zamora para que hable con el tano. El barrendero se negó rotundamente; ni siquiera se dejó tentar por la elevada suma de dinero que le ofreció Zamora. Ya nos íbamos decepcionados cuando se me ocurrió tocar su ego, y desde la distancia, le dije:
  - ¿Recuerda cómo lucía con ese traje? La Directora debe haber creído que era un Inspector de escuelas. El ego lo mató. Nos dijo que aceptaba pero, por última vez.

Según mi amigo Zamora, la entrevista fue m{ás o menos así: 
  - Bongiorno signora direttora, ío sono el papá de este bambino.
  - ¿Cómo se llama usted? -le preguntó la Directora. 
  - Genaro Apigliafocco. 
  - ¿Y pretenden hacerme creer que es el padre del alumno Zamora? ¿Sabe que es delito hacerse pasar por otra persona? Si lo denuncio en la Municipalidad perderá  su de trabajo de barrendero. ¡Usted es un descarado! Ya lo hizo con el alumno Rúbel y lo dejé pasar, pero esta vez no. ¡Retírense los dos y aténganse a las consecuencias por intentar engañarme. Alumno Zamora acompañe hasta la salida a este impostor y regrese aquí para que le aplique la sanción que le corresponde
Zamora me contó que el tano avergonzado dejó la Dirección y hacia la salida. 
Él pobre tano no olvida el lío en el que lo metimos. Por eso evito pasar por acá, opté por dar la vuelta a la manzana ara no encontrarme con él, pero como veníamos los cuatro creí que pasaría desapercibido. 

Una década después Goyo y su madre viajaron a Entre Ríos para mi casamiento. 
Tres años después se graduó de ingeniero petroquímico. 
Se casó con una médica; tuvieron dos hijos, Iván y Gretel.

Festejó en su chalet de Vicente López festejó los setenta años de su madre, mi tía Aída, al que mi familia y yo fuimos invitados. 
Mi buen primo, que reiteradamente nos demostró su afecto especial, dispuso que compartiéramos la mesa.  
  - Oscarcito, no te imaginás con qué frecuencia evoco los hermosos recuerdos que guardo de ese mes que pasé en la casa de tus padres en Domínguez a mis 13 años. 
Vos me enseñaste a andar por ese predio semiurbano de la estación ferroviaria, de la que tu padre, mi tío Leoncito, era el Jefer. Me en enseñaste a trepar a esos árboles llamados talas para comer sus dulces frutitos anaranjados y los de otras plantas silvestres: mburucuyás, pizingallos, macachíes, ¿viste que recuerdo sus nombres, por tanto añorar aquello. ¿Te acordás que bajábamos a pedradas camoatíes de esas bravas avispas negras y comíamos su miel. Yo nací y me crié a una cuadra del parque Rivadavia. Yo me imaginaba que tu pueblo, Domínguez, era como el parque. Ver aquello fue descuibrir un mundo desconocido y delicioso. 
  - Goyito,  quiero que Katy escuche la aventura que viviste en el monte salteño.
  - Comenzaré, si no te molesta, por otras que no te conté; la convención de los petroquímicos en Méjico. Me hice amigo de un colega colombiano. Acordamos ir el sábado a ver el espectáculo de las bailarinas del Folles Berger. Actuaban sin ropa. Por la tarde nos acercamos al Golfo de Méjico para ver los clavados que hacen los nadadores lanzándose al agua desde muy alto, cuando las olas cubren las rocas. Nos hicimos dedicar algunos saltos. Nos hicieron parar en una especie de lugar especial, como un balcón en las rocas y con gran ceremonia pidieron aplausos para nosotros. Por generosos con las propinas quedamos con el dinero justo como para ver el espectáculo del Folles Berger en el que las chicas bailan desnudas. 
No habíamos merendado y teníamos hambre. Si cenábamos nos quedaríamos sin ver el espectáculo del Folles Berger. Hablábamos de esa disyuntiva caminando por las calles de Méjico City, como le dicen allá, y de pronto tomé del brazo a mi compañero y nos metimos en un cuartel del Ejército de Salvación. Hablé con el guardia.
  - Mi compañero y yo somos petroquímicos de Argentina y de Colombia. En nuestros respectivos países participamos en programas de radio donde relatamos nuestras vivencias. Si nos da la oportunidad de cenar y compartir un momento con ustedes tendremos argumento para hablar sobre vuestras solidarias actividades.                 
   - Pasen ustedes, llegan justo a tiempo para compartir nuestra cena.
 En cuanto sirvieron la sopa mi amigo se dispuso a saciar su hambre. Se lo impedí.   f
   - Esperá, -le dije- simulemos rezar porque nos quedaremos sin cena y sin Folles.
 Así fue como logramos cenar sin gastar dinero y llegar a tiempo al espectáculo.
 Ahora te cuento Katy mi aventura en el monte salteño. 
La Compañía Petrolera me envió a un campamento en los montes salteños. 
El domingo pedí a mis colegas que me acompañen a visitar el monte cercano. Todos ellos lo conocían, preferían quedarse a dormir la siesta. Fui solo.
Me fui metiendo en ese monte cuando vi una piara de cerdos salvajes con colmillos como los de jabalíes. Alcancé a trepar a un árbol. Los cerdos se acercaron y miraron hacia arriba. Retrocedieron como para irse, pero no era eso lo que ellos decidieron; tomaron carrera y toparon el tronco del árbol para sacudirlo y hacerme caer. El árbol aguantó los topetazos y se quedaron ahí. Opté por Me permanecer ahí sin moverme.
     Tres horas después, los grandes chanchos salvajes se marcharon.
     Al llegar al campamento les conté a los otros ingeniero lo que me ocurrió.
  - Eso es nada comparado con lo que me pasó a mí-dijo uno de los ingenieros- Me persiguió un puma de gran tamaño. Mientras corría miré de reojo hacia atrás y vi que el puma se resbaló y por golpearse la mandíbula contra el suelo quedó aturdido. Así fue como aproveché esa situación para escapar.
  - Ahí fue donde pisé el palito y caí en la trampa al decir: Si me pasaba algo así me hago encima.
  - ¿Y en qué creés que se resbaló el puma? - dijo mi colega mientras los demás se desternuillaban de risa.
Cuento va y cuento viene, comida deliciosa, la grata de mi primo y su linda agradable esposa pasamos una de esas veladas que se conservan entre los gratos recuerdos. 

                                                                       * * *          loscuentosdeoscarpascaner.blogspot.com.ar

3 comentarios:

  1. Hola Óscar me emocioné terriblemente soy María Gabriela Rubel la hija de Hugo y Norma Goyo era mi tío como puedo contactarte

    ResponderEliminar
  2. Te dejo mi mail mggutierrez06@hotmail
    Com

    ResponderEliminar
  3. Hola Oscar, soy Gretel me gustaria contactarte, Gracias

    ResponderEliminar