lunes, 21 de julio de 2014

Aves centinelas

Los chacareros criaban gansos para que anuncien con sus estridentes gritos la presencia deextraños. Con esa finalidad mi padre adquirió una pareja de chajás.
 “El chajá (channa torquata) -según lo describe Eugenio Castelli- es un ave de buen tamaño, corpulenta, (70 ctm. de la cabeza a la cola; sus largas patas le dan igual altura)En cada una 
de sus alas negras, grandes y anchas, tienen dos espolones; su cabeza, copete y cuerpo son grises; luce un collar negro en su cuello. La parte ventral es gris claro moteado con negro. Habita en lagunas, esteros y bañados. Camina con movimientos lentos. Su nombre es onomatopeya de su grito: cha já.
Cuando levanté a uno de los chajás comprobé que era muy liviano. Eso me hizo comprender el dicho gauchesco: “pura pluma como el chaja”. El volumen que le da su plumaje es el que lo hace parecer corpulento. 
Mi padre hizo construir una pileta poco profunda, a la que siempre la manteníamos con agua, para brindarles un hábitat adecuado.
En esa pileta, o junto a ella, en quietud casi absoluta, los chajás pasaban la mayor parte del tiempo. De vez en cuando erguían las plumas del collar y giraban sus cabezas observando a su alrededor. Al notar la presencia de personas, perros, gatos o algo extraño lanzaban estridentes gritos “cha já”, repitiéndolos una y otra vez mientras el intruso permanecía cerca de su hábitat.
Aproximadamente al mes de su llegada comenzaron a agitar sus alas.
  - Se entrenan para volar -opinó mi padre.
Unos días después, aleteando con intensidad y mucho ruido, lograron despegar del suelo con alguna dificultad. Los observamos volar en círculos sobre el predio de la estación ferroviaria elevándose en cada giro. Yo le expresé a mi padre mi inquietud de que se ausenten hacia algún arroyo o laguna cercana. Llegaron a gran altura y planearon sin agitar sus alas desplegadas.
  - Aprovechan las corrientes de aire para dejarse llevar -opinó mi padre.
Un día vimos que los chajás golpeteaban el suelo con una de sus patas manteniendo sus cabezas ladeadas muy cerca del suelo. Uno de ellos escarbó la tierra con sus poderosas uñas y con su pico extrajo una lombriz que la engulló. El otro chajá también halló una lombriz. Nos quedamos observándolos. Cada vez que escarbaban hallaban lombrices. No los vimos cavar el suelo en vano.
  - Es posible que las detecten por repercusión del sonido al golpetear el suelo con sus patas. -opinó mi padre apelando al conocimiento que da la observación.
Tiempo después, mientras  almorzábamos oímos sus gritos muy cerca.
 Las aves se encontraban junto al garaje, a 30 metros de su hábitat. Las plumas que forman sus collares estaban erguidas. Con sus cabezas a ras del suelo, espiaban por debajo del auto estacionado dentro  del garaje. Mi hermano y yo, agachados vimos el causante de sus gritos de alerta.
  - ¡Un lagarto! -anuncié.
  - ¡Ese debe ser el que se come los huevos de las gallinas! -exclamó mi madre.
Hacía más de un mes que hallábamos las cáscaras de dos o tres huevos vacías; por un agujero alguna alimaña sorbía la yema y la clara.
Mi padre aguardó con un palo junto a la puerta del garaje; yo, agachado lo  miraba para avisarle cuando se decidiera a salir. Le pedí a mi hermano que golpetee con las manos la chapa del auto. El ruido hizo salir al lagarto; mi padre le asestó un golpe en la cabeza.
A partir de entonces ya no aparecieron cáscaras de huevos vacíos.
Uno de los chajás solía pararse en medio de los rieles de la vía principal, a unos cien metros de la estación. Al aproximarse un tren levantaba vuelo. Así lo hizo durante varios meses, pero un día, inexplicablemente, un tren lo arrolló.
Desde entonces el otro chajá comenzó a posarse todos los días en el sitio en el que murió su compañero. Al anochecer volvía a su hábitat.
Días después tuvo el mismo fin, fue arrollado por un tren.
Con el tiempo conocí a un empleado ferroviario que había trabajado en la Estación Paranacito, zona en que abundan los chajás. Al relatarle lo ocurrido con nuestros chajás me dijo que un lugareño le contó que los chajás viven en pareja, cuando uno muere, el otro remonta vuelo muy alto y pliega sus alas para estrellarse en el suelo en el sitio en el que murió su pareja.

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