Los cuentos de Oscar: FIESTAS PATRIAS EN MI PUEBLO

FIESTAS PATRIAS EN MI PUEBLO

Domínguez, mi pueblo natal, celebraba con orgullo las Fiestas Patrias.
La salida del sol era saludado con una salva de bombas de estruendo.
La gloriosa enseña patria ondeaba en el mástil de la plaza principal, en edificios públicos, comercios y viviendas. Mi pueblo se vestía de blanco y celeste.
Niñas y niños, con blancos delantales y guardapolvos, luciendo la escarapela argentina colmaban las veredas del pueblo, camino a la escuela.
Allí, en perfecta formación, con sus miradas fijas en el pabellón, con la emoción a flor de piel, observaban su izamiento mientras cantaban "Aurora".
Las autoridades del pueblo y muchos particulares asistían a esos actos.
La maestra designaba leía un discurso alusivo a la fecha.
Varios alumnos recitaban poesías de hondo contenido patriótico.
Esos actos escolares culminaban con el tradicional chocolate con leche con bollos.

La Junta de Fomento de Villa Domínguez (antecesora de la Municipalidad) organizaba en las inmediaciones de la cancha de fútbol del Club Libertad las tradicionales corridas de sortija de la que participaban varios jinetes, algunos luciendo pilchas gauchas.
Después venía la tradicional suelta del lechón "enjabonado" con la llamada grasa consistente, por ser más resbaladiza que el jabón; carreras de embolsados; la clásica carretilla humana, en la que uno se desplaza apoyando en el suelo las palmas de las manos mientras otro lo lleva de las piernas, que, entusiasmado lo empuja, haciendo que su compañero clave la trompa en el suelo, y otros entretenimientos divertidos.
A éstos lo sigue la trepada de los muchachones al palo enjabonado, aquí también usaban grasa consistente para el último tramo.
Continuaban con las pruebas para las chicas: correr con un huevo en una cuchara y otros juegos. Finalizaban con pruebas de habilidades para los varones.
Los ganadores de las pruebas recibían premios.
Además se repartían golosinas entre todos los asistentes.

En una oportunidad uno de los que estaban en la función de preparar los juegos se le ocurrió colocar una lona con sus laterales sujetos al suelo, para que los chicos pasen por debajo de ella. Juan Vargas, por bromista, la ubicó en la lengua de tierra de 200 metros, no urbanizada, que había entre el pueblo y la estación del ferrocarril, en la esquina próxima al pueblo, donde, de puro curiosas, se amontonaban las vacas y durante horas permanecían ahí mirando al pueblo, rumiando y defecando.
Debajo de la lona bien estirada quedaron las abundantes deposiciones vacunas.
Los participantes de ese juego pasaron por debajo de la lona y salieron en el otro extremo enchastrados de verde y oliendo mal.

A las 21 horas comenzaba la "Velada Patriótica" (término que encabezaba los volantes) que se hacía en el Salón de la "Casa del Pueblo" de la Biblioteca Domingo F. Sarmiento.

Desde un mes antes, bajo la dirección de las maestras, los alumnos ensayábamos nuestros roles en los actos representativos de episodios históricos de alto contenido patriótico, obras del teatro criollo, comedias, etc.
Mi compañero de grado Leónidas (Lele) Filer, (los amigos lo saludábamos con un ¡Oh Lele!) hijo
de los doctores Julio Filer y Clara S. de Filer, tenía buenas condiciones actorales, condición por la que era requerido por maestras de otros grados para "su obra".
Nadie como él para actuar en los papeles importantes.
Creo que nunca faltó el Pericón Nacional. Si la memoria no me falla, lo bailé en cuatro oportunidades. Lele era quien impartía las órdenes para las mudanzas.
Cada vez que comenzaban los ensayos, los habitantes del pueblo les pedían a las maestras que repitan esa tradicional danza nativa con atractivas coreografías.
Una nueva alumna se incoporó a nuestro 5° grado. Su nombre era Nelda Salustio y era linda y simpática. Había estudiado bailes clásicos y actuación.
Ella y Lele Filer eran los más requeridos por las maestras para actuar en sus obras.
El padre de Nelda era un médico psiquiatra de Buenos Aires que adquirió una parcela de tierra a cuatro kilómetros de Domínguez para un manicomio.
Mientras lo edificaban se instaló en lo que había sido un hotel.
Poco después le trajeron algunos pacientes.
Nelda nos dejó gratamente impresionados cuando bailó en puntas de pie, luciendo un minúsculo fru frú un vals vienés.
Nunca imaginé que el baile clásico despertaría tanta admiración en mis compañeros de 5°grado y en los de 6° grado. De los que habitaban en el pueblo, ninguno faltaba a sus ensayos y su admiración hacía que se agolpen al pie de escenario.

El día patrio se llenaba el salón con gente del pueblo y con las familias de chacareros que venían en sulkys o en carros desde lejanas colonias para estar presente en esas fiestas de argentinidad.
La concurrencia celebraba con aplausos y aclamaciones aprobatorias cada acto.
El Pericón era siempre el más celebrado. Cuando hacíamos el molinete intercalando los blancos y celestes pañuelos el salón vibraba ante el emotivo ¡Viva la Patria! que partía de las gargantas de todos los presentes con lágrimas cuajadas de emoción.
¡Jamás olvidaré cuando hicimos la versión original completa del Himno Nacional Argentino! Consta de nueve estrofas y coro.
La profesora de música ejecutó en el piano el primer acorde de nuestro Himno en el momento en que se abría el telón y nos mostró a los nueve que participamos de su interpretación con prolijos guardapolvos y delantales blancos y escarapelas en el pecho, formando un semicírculo rodeando la bandera de ceremonias.
Uno a uno, nos adelantamos y ubicándonos junto a la bandera recitamos una de las estrofa del original Himno Nacional Argentino.

¡ Oid, mortales!, el grito sagrado:
libertad, libertad, libertad !
Oid el ruido de rotas cadenas
ved en trono a la noble igualdad.
Se levanta a la faz de la Tierra
una nueva y gloriosa Nación
coronada su sien de laureles
y a sus plantas rendido un león.

   (Coro: cantado por los nueve que representamos ese número)

Sean eternos los laureles
que supimos conseguir,
coronado de gloria vivamos
o juremos con gloria morir.

De los nuevos campeones los rostros
Marte mismo parece animar
la grandeza se anida en sus pechos
a su marcha todo hacen temblar.
Se conmueven del Inca las tumbas
y en sus huesos revive el ardor
lo que ve renovando a sus hijos
de la Patria el antiguo esplendor.