lunes, 21 de julio de 2014

INICIO DE ESTUDIOS DOCENTES

INICIO DE ESTUDIOS DOCENTES
                                                                                    
 El requisito para ingresar a primer grado de las escuelas primarias dependientes del Gobierno de la Provincia de Entre Ríos, era tener siete años cumplidos o cumplirlos antes del 1° de julio del año en curso. Yo cumpliría mis siete años el 28 de agosto de 1936; no obstante ello, mi padre consiguió que me admitan como alumno de 1er grado en la escuela de Villa Domínguez. 
Mis condiscípulos eran hijos de padres de diversa condición social; de analfabetos; semi analfabetos; nietos y bisnietos de europeos agricultores argentinizados; y los hijos de habitantes del pueblo de regular situación económica. 
Dos de mis condiscípulos eran hijos de los que Arturo Jauretche llamaba "gente principal"; Leónidas (Lele) Filer, hijo del doctor Julio Filer y su esposa, la doctora Clara S. de Filer, los médicos del pueblo; el otro, Oscar Yolando Coria. hijo del señor Isauro Coria, Director de nuestra escuela. Considero que mi hermano y yo, por ser hijos del Jefe de la Estación del Ferrocarril y Presidente Honorario de la Junta de Fomento de nuestro pueblo, podíamos considerarnos en su mismo escalón social, sin que ello importe en la relación con nuestros compañeros. 
Esa socialización me posibilitó valorar la empatización, en mayor o menor grado, con cada uno de ellos, conforme a la coincidencia, o no, con los valores éticos y morales inculcados por mis padres. 
En 3° y 4° grado se agregaron varios hijos de agricultores provenientes de colonias en las que sus escuelitas tenían sólo los dos o tres primeros grados. Para entonces, mis condiscípulos se habían reducido a la cuarta parte. Quienes más pronto dejaban de asistir a la escuela eran los hijos de la gente más pobre. Varios de ellos pasaban horas en las hamacas de la plazoleta que había frente a la escuela. Las maestras solían acercárseles para tratar de convencerlos de la necesidad de estudiar. 
Los que finalizaban el 6° grado de la escuela primaria, debían desechar la posibilidad de continuar estudios secundarios en una ciudad porque sus padres no podían costear los gastos que ello demandaba. El Colegio Nacional de Villaguay, la ciudad más cercana, sólo tenía bachillerato, que no aportaba conocimientos para trabajar, sí para continuar estudios terciarios en Buenos Aires o Córdoba. 

Las limitaciones económicas y las escasas posibilidades de mejorar esa realidad provocaba una cuantiosa emigración interna hacia Buenos Aires. Así surgieron las villas miserias en la Capital y sus zonas de influencia. 
  
Cuando cursaba el último bimestre del sexto grado mi padre me habló del hijo de un destacado habitante del pueblo que aprendió el oficio de tornero en la Escuela de Artes y Oficios de Concepción del Uruguay. Yo intuí que ese comentario era una sugerencia para mis estudios secundarios. La sola mención de la palabra tornero me producía escalofríos al asociarlo con los martirios del dentista con su torno a pedal. 
Otro día mi padre me habló del pensionado "La Fraternidad" subvencionado por el Gobierno de Entre Ríos, en el que se alojan estudiantes de la mencionada Escuela, que estaba dentro de sus posibilidades económicas. Pero yo, ignoraba qué era el oficio de tornero y mis pasadas torturas del torno del dentista me impedía razonar. 

Los días de vacaciones se sucedían sin que hablemos de mis estudios secundarios.

Mi hermano Guillermo, un año mayor, había cursado el 1er año en la Escuela de Maestros Normales Rurales Agropecuarios e Industriales Alberdi, y me había contado algunas anécdotas de la convivencia con sus compañeros. 
Eso me entusiasmó, y le dije a mis padres que deseaba estudiar en la Alberdi. 
  - ¿Tenés vocación de maestro rural en una escuelita en un paraje desolado?
  - En la Alberdi estaré con Guillermo.
  - Pero él irá a segundo año y vos a primero. Sólo se verán en los recreos o en algún otro momento. Si es tu decisión intentaremos que te admitan sin tener 14 años. 
Las excelentes clasificaciones obtenidas por Guillermo facilitaron mi admisión.

Me esmeré en el estudio para no defraudar a mis padres.

El alto nivel pedagógico de sus profesores, -que ejercían su docencia en Colegios Secundarios de Paraná-, estimulaba el estudio.

Me entusiasmó la amistosa personalidad del profesor Dimenza, que tendría a su cargo las materias de Ciencias Naturales que incluía Botánica, Zoología, Mineralogía, y demás materias relacionadas con ellas, especialmente las vinculadas a las relativas a la producción de granja como avicultura, cunicultura, apicultura, horticultura, cría de vacunos e industria láctea; cría de cerdos y elaboración de productos con su carne;  etc., etc.

En la primer clase el Profesor Dimenza trazó con tiza en el pizarrón el esquema del corte transversal longitudinal y sagital de una flor con flechas indicativas de los nombres de cada parte: cáliz; óvulo; pistilo; ovario; estambres, pétalos y otros. 
 - Las flores son los órganos reproductivos de las plantas. Los estambres producen el polen, que al entrar en el cáliz se une al óvulo gestado por el ovario. Eso mismo ocurre en la fecundación humana y animal en que el semen actúa como el polen. 
Al llegar a este punto de su explicación hizo una pausa y nos observó detenidamente a cada estudiante. Todos permanecíamos serios y atentos. 
 - Me complace no haber visto gestos cuando mencioné que el semen humano o  animal cumple la función fecundadora como el polen. Así debe ser en las clases prácticas cuando veamos copular a los animales. Pretendo que todos mis alumnos tomen la sexualidad con naturalidad porque esto trascenderá en sus vidas desde lo sicológico, ya que ello determinará vuestro comportamiento en la vida y tendrá trascendencia en el comportamiento respetuoso en la vida conyugal, cuya armonía es fundamental, en las que usarán los términos correctos para denominar a los órganos reproductivos sin caer en el lenguaje soez, bajo y grosero que menoscaba al cónyuge. Cualquier comentario o gesto  indecente tendrá 24 amonestaciones, a una de ser expulsado de esta Escuela. 
  - Mi consejo personal -dijo el profesor Dimenza en tono amistoso - es que esto les servirá para una buena formación personal sin el riesgo de que la socialización los lleve a convertirse en sexópatas, algo que los inhibirá para cumplir su función de enseñar y educar. 
Este consejo coincidía con las recomendaciones que me había dado mi padre. 

Mi dedicación al estudio fue tan efectiva, a juicio de mis profesores, que a comienzos de septiembre me dijo el Director de la Escuela Alberdi que había sido elegido entre los diez estudiantes de 1er año que fueron seleccionados para dictar su primer clase en la escuela primaria que funcionaba en el predio de la Escuela Alberdi. (actualmente el nuevo edificio de la escuela primaria lleva el nombre de Alfredo Alfonsini, quien fué mi condiscípulo y buen amigo). 

Me asignaron una clase de lectura en 5° grado; la poesía “El Nido de Cóndores”.

Bajo la severa vigilancia del señor Derqui, maestro titular de ese 5° grado, y de los alumnos que harían la crítica. (quienes determinarían lo positivo y objetando lo que debía mejorar). 
Procedí a entregar mi plan de clase al maestro titular de ese grado, señor Derqui, y una copia a los alumnos que integraban el grupo de "Crítica". 
Mi admiración por el tuteo que empleaba mi profesor de gramática, un español de apellido Martínez, opté por el tuteo. Las reglas pedagógicas establecían emplear el tuteo castellano o el trato de usted hacia los alumnos
Según lo establecido, los ocho estudiantes que harían la "Crítica" y yo ingresamos al aula cuando los alumnos ya se hallaban ubicados en sus bancos. 
Los saludé y les dije que evaluaría cómo leían la poesía “El Nido de Cóndores”. Señalé a uno de ellos diciéndole:  
   - Pasa tú al frente y lee la primera estrofa. 

 El alumno, de pie, en la postura correcta, dando el frente a sus compañeros, leyó:
           
             En la negra niebla se destaca,  (hizo una pausa respetando la coma; Bien.)
             como un brazo extendido al vacío  (¿por qué una pausa larga si no hay coma? Mal.)
             para imponer silencio a sus rumores,  (otra pausa por tener coma: Bien)
             un peñasco sombrío.

  -  a tu asiento. -le dije y señalé a otro alumno- Pasa tú y lee la segunda estrofa.

             Blanca nieve lo circunda,  (hizo una pausa. Bien)
             de nieve que gotea   (no debió haber hecho una pausa larga; no hay coma. Mal.)
             como la negra sangre de una herida  (otra pausa larga, no hay coma. Mal.)
             abierta en la pelea.    

  - Regresa a tu pupitre. 
Caminando por el pasillo que había entre una y otra fila de bancos me pregunté:¿Cómo decirles, estando presente su maestro titular, que no deben hacer pausas donde no hay signos de puntuación? 
Me detuve junto al sitio en el que se hallaba sentada una niña y pregunté: 
  - ¿Qué finalidad tienen los signos de puntuación?  
  - Facilitar la interpretación de lo escrito. -respondió al instante poniéndose de pie.
  - Indican donde hacer las pausas. -acotó otro.
  - Ambas respuestas son correctas. Pero los alumnos que leyeron las dos primeras estrofas de esta poesía hicieron pausas al final de cada renglón, también en los que no tenían ningún signo de puntuación.  
Si hacemos pausas donde no hay signos de puntuación, o ubicamos dichos signos, puede cambiar el sentido de una oración. 
Lo ejemplificaré con una anécdota: "Un abogado estadounidense solicitó ante el Gobernador de Texas la libertad de un detenido. El Gobernador, mediante telegrama, consultó al Director del Penal el motivo por el que se detuvo a esa persona. 
La respuesta telegráfica decía: homicidio con premeditación y alevosía.
El Gobernador dictó a un empleado el texto del telegrama destinado al Director del Penal: Libertad imposible, trasladarlo a Alcatraz.
Los periódicos informaron la puesta en libertad del sujeto en cuestión.
El Gobernador ordenó investigar por qué el Director del Penal desobedeció su orden. Los investigadores comprobaron que el telegrama recibido por el Director del Penal decía: Libertad, imposible trasladarlo a Alcatraz.    
La coma mal ubicada cambió el sentido de lo dispuesto por el Gobernador".

Expresiones de asombro inmovilizaron los rostros de los alumnos, algunos con sus bocas entreabiertas. Esta situación hizo que me apartara de mi plan de clase, y me dejó expuesto a crítica desfavorable del maestro titular y de los estudiantes. Miré los minutos que restaban en el reloj puesto hacia la parte interior de mi muñeca. La clase debía continuar para que los alumnos alcancen a leer toda la poesía. 
  Pasa tú al frente y lee la tercer estrofa. -dije a la niña más vivaz.
  - Haré las pausas sólo donde haya signos de puntuación. -dijo ella.
Leyó muy bien. Otros alumnos la sucedieron. 
El tañido de la campana sonó cuando un alumno leía la última palabra de la poesía. 
Los alumnos se enfilaron al fondo del salón, como lo hacían en las "clases modelo" dictadas por alumnos avanzados de 3er año. Lo consideré un lñindo gesto hacia mí. Uno de ellos, el más simpático y pillo, se apartó de la fila para ponerse último, y se detuvo frente a mí para decirme
  - Maestro, me gustó mucho la anécdota y toda su clase.  
No habían transcurridos ni veinte días desde que cumplí mis 14 años y un chico de 5° grado me dijo maestro!!! 

El 4 de junio de ese año, 1943, los militares tomaron el poder. 
Cada alumnos que aprobó todas las materias de 3er año, y se recibió de maestro normal, agropecuario e industrial dijeron sus cortos discursos. sus alunas palabras durante el almuerzo. 

- ...ahora nos internaremos en la selva del Montiel, donde pululan alimañas y toda clase de serpientes venenosas para llevar la instrucción a los niños de los pobres...          
- ... llegó el momento de establecerse en un desolado paraje para llevar nuestro saber a niños que viajan desde lejos para llegar a ese paraje solitario donde no hay siquiera un almacén, farmacia, médico ni vecinos que puedan acudir en nuestra ayuda en...."
Yo nunca me había puesto a considerar dónde ejercería la docencia  que vendría si me recibí de maestro rural, desestimando lo que mi madre y mi padre me decían. 

Muchos se sorprenderán que la carrera docente en dicho Establecimiento se logre hacerlo en tres años y no en cinco como como en el resto de los Colegios Normales, se debe a lo intenso que era su  programa de estudios. Basta con decir que alrededor de cincuenta alumnos comenzamos el 1er año, -25 en 1° A, y otros 25 en 1° B- y la mitad de ellos no soportó ese ritmo de exigencia y abandonaban el estudio.
Al reiniciarse la clases, si no recuerdo mal éramos sólo 21 ó 22 alumnos. 
Vale acotar que además de las materias a cursar establecidas por le Secretaría de Educación de la Nación teníamos otras en las que se nos enseñaba lo básico de: Agricultura; Apicultura; Cericultura; Citricultura; Cunicultura; Cría de cerdos, faena y elaboración de embutidos; Conservación de alimentos; Industrialización láctea, elaboración de crema, manteca, yogur, quesos diversos; horticultura y todo lo concerniente a la actividad de granja y sembradíos en general.  
El régimen de estudio era muy riguroso y altamente eficaz. Los maestros alberdinos se destacaban entre sus pares por su buena función como docentes y por su preparación para asesorar a los lugareños en cultivos y cría de animales. 
Durante las vacaciones mantuve en reserva esa realidad por no haber querido oir la propuesta de mi padre de aprender el oficio de tornero.

       
En marzo de 1944 reiniciaron las clases en la Escuela Alberdi y también discordias entre los alumnos pro aliados con los nazis. 
Una mañana apareció una injuriosa leyenda nazi en la sección de los baños hecha con gruesas letras de 30 centímetros de alto con pintura negra.  

Esa tema me sirvió de pretexto porque después de haber escuchado los discursos de los egresados ya no quería ser maestro rural en la selva montielera o en un paraje solitario. Durante las vacaciones de Julio de 1944 mi hermano y yo fuimos a casa de nuestros padres. Durante el almuerzo les conté a mis padres del mal ambiente que generaban los nazis en la Alberdi. 
 - Hijo -mi padre se dirigió a mí- quiero contarte algo interesante.  
Mi padre solía acostarse no más de veinte minutos después de almorzar. 
Cuando pasó junto a mi hermano y yo que estábamos jugando a las damas, lo seguí.    - Hijo, estoy gestionando el nombramiento de un practicante con sueldo para que releve al dependiente cuando éste cubre los francos de los auxiliares. Si te interesa hacé una nota solicitando ese empleo. 
  - Sí que me interesa.
  - Mencioná que estás al tanto de ese trabajo. -dijo al darme una hoja de papel. 
En mi solicitud mencioné que por vivir en la casa adosada a la Estación de la que mi padre es el Jefe, suelo colaborar con los auxiliares controlando la descarga y carga de mercaderías, emitiendo guías de equipajes, encomiendas y cargas. Sé manejar el telégrafo y todas las tareas que hacen los auxiliares. Me considero capacitado para ser practicante en ésta u otra estación y estoy dispuesto a rendir examen. 

Al finalizar las vacaciones de invierno, mi hermano y yo regresamos a la Escuela. 
El celador repartía la correspondencia durante el almuerzo. Todos los días había cartas escritas por nuestra madre, el sobre decía Guillermo y Oscar Pascaner. 
El celador llamó Oscar Pascaner. Mi hermano, desde la mesa de 3er año, me hizo el gesto de "andá". El sobre traía la inconfundible linda letra de mi padre. Lo abrí y leí:
Felicitaciones hijo por tus quince años. Justamente el día que los cumpliste salió tu nombramiento. Solicitan respuesta inmediata. etc., etc.

Fui a ver al hombre que iba todos las madrugadas en sulky hasta la Estación Tezanos Pinto para entregar en el furgón postal del tren las cartas de los estudiantes. 
Le pregunté si podía llevarme. Su respuesta positiva hizo que pase por la Dirección de la Escuela para decirle que dejaría mis estudios. El ecónomo me dió mi baulito que estaba guardado en el depósito. Esa noche dormí por tramitos cortos mirando la hora frecuentemente en mi reloj luminoso. Era tanta mi impaciencia que me aposté en el lugar convenido con media hora de antelación.  
El tren que había partido de Paraná llegó a Basavilbaso cerca del medio día. Allí tenía que esperar el tren que llegaría a esa estación alrededor de las 14,30. 
Almorcé en el restaurant próximo a la estación y permanecí en su andén esperando el tren que me llevaría a Domínguez, mi pueblo. 
Mi padre, atento al descenso y descenso de los pasajeros, descarga y carga de equipajes y encomiendas, no me vio cuando bajé del tren y fui a pararme a su lado.
Después de haber tocado la campana para anunciar la salida del tren, reparó en mí.
  - ¡Oh hijo! ¿Recibiste mi carta? -me preguntó estrechándome en apretado abrazo.
  - Sí, y vine para darte la respuesta... acepto ser ferroviario y tenerte de maestro.
  - ¡Buena decisión! -exclamó dándome otro abrazo. 
  

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