jueves, 30 de octubre de 2014

A MARTINIANO LEGUIZAMÓN

       Ejecutada por los cuatro gauchos que levantaron la cosecha en la chacra de mis tíos en 1941.

  - Con mis amigos asistimos al homenaje que la Sociedad Criolla le hizo a Martiniano Leguizamón. Un cantor uruguayo le dedicó una titulada “Testimonio”. Ese hombre tuvo la gentileza de copiarnos su letra. Lo recitaremos con un fondo de milonga sureña. 

Juan             Un rancho solo, un hornero / que canta sobre el nido,
                 un espinillo florido / besado por el pampero,  
                 en un rumor bajo el alero / con leyendas de yerra,
                 una golilla que encierra / toda la fibra de un bando  
                 y una bordona cimbrando / sobre el amor a la tierra.

Gaspar       Dentro hay un foco encendido / que sus destellos derrama,    
                 haciendo clarear la fama / del contacto que ha sentido,
                 que, como facón pulido / tiene brillo hasta la cruz,
                 que desmenuza un capuz / para mostrarnos alhajas 
                 que atraviesan las pajas / con puñaladas de luz.  
Martín          Esa vivienda retrata / una regional simiente  
                 que fue fecunda fuente / en esta tierra del Plata; 
                 manantial con fuerza innata / para imponer su nivel  
                 y que, anhelando el laurel / de las libertades plenas, 
                 dejó salvo de cadenas / a los hombres del corcel.
Gaspar         Y es luz que ilumina / con fulgor exuberante
                 a un cerebro arrogante / lleno de savia argentina,
                 es el Montiel que trina / en su entrerriano regazo, 
                 el gallardo chispazo / que a todos cautiva,
                 es el alma nativa... / su mejor retazo.

Juan             Nosotros, admiradores / del rancho y su cortejo,
                 laguna que da el reflejo / de nacionales colores, 
                 ante la luz, muchas flores / ponemos en este día,
                 no son flores de cortesía, / son flores de halago 
                 a un sentir que en el pago… / se le llama “simpatía”.

                                                          * * *

Mencionar al brillante escritor entrerriano Martiniano Leguizamón me lleva a mencionar su magnífica pieza literaria que prologa la obra "Los Gauchos Judíos" del escritor Alberto Gerchunoff. 
Transcribo uno de los relatos que conforman esa obra.

EL HIMNO    por Alberto Gerchunoff         (por extenso lo condenso con mis limitaciones literarias).                                                                                 
En los primeros tiempos de la colonia los judíos chacareros de Entre Ríos conocían poco el lugar; sus ideas sobre las costumbres del país eran algo confusas.
Admiraban al gaucho, envolviendo su vida en una vaga leyenda de heroísmo.
Las fábulas de bravura contribuyeron a fomentar su concepto sobre ellos.  ...
El entusiasmo de vida libre, soñada en los días amargos de Rusia y otros bajo su dominio, aún no había amenguado. Un amor fervoroso al suelo todavía desconocido rebosaba en todas las almas. Por los alrededores de la colonia Rajil, lo arados abrían alegremente la tierra y la esperanza unánime no desfallecía en los corazones sencillos de los chacareros. Los sábados, hasta mediodía y al atardecer, recordaban frente al rancho en el que estaba su sinagoga, no lejos de corral, las penurias antiguas, los episodios del éxodo, como si la inmigración del imperio moscovita fuera la bíblica huída historiada en las noches de Pascua.
Conversaban, discutían. José Haler, que había hecho en Rusia el servicio militar, sostenía que la Argentina no tenía ejército. Rabí Herman, anciano encorvado, tembloroso y enfermo, que enseñaba a rezar a los chicos de la vecindad, se opuso con energía a las opiniones de José:
  - Tú nada sabes, eres un soldadote -le dijo- ¿Cómo crees que la Argentina nlo tenga ejército?
  - Cualquiera lo comprende, rabí Isaac. Aquí el zar es un presidengte y no necesita soldados para protegerse.
  -  ¿Y los que vemos en .a estación Domínguez?
La pregunta del anciano turbó a José y no supo explicar de un modo satisfactorio la presencia en Domínguez del sargento, cuyo sable, de vaina herrumbrada, constituía el espanto de los niños. 

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