jueves, 30 de octubre de 2014

ALMACÉN EL ENTRERRIANO

Arnoldo Anijovich nació en la década de 1940 en una de las colonias agrícolas cercanas a Domínguez
con una atrofia muscular que le impedía movilizar sus brazos y piernas.  
Sus padres vendieron el campo con casa, ganado y todo lo que había en él y se reinstalaron en el paraje denominado Altamira, partido de Mercedes, Provincia Buenos Aires.
Desde el sitio en el que ubicaban su silla de ruedas, Arnaldo veía y oía las charlas de los parroquianos que concurrían al almacén rebautizado El Entrerriano. 
Con una paletita de madera sostenida con sus dientes tecleaba en su computadora -de las primeras en llegar a nuestro país- todo lo consideraba interesante.  
Escribió unos cuantos cuentos. Transcribo dos de ellos.
  
Almacén El Entrerriano     Un día de fiesta                autor: Arnaldo Anijovich        
 "Cuando los medios de comunicación y de transportes eran menos efectivos y las distancias más notorias, los tradicionales almacenes de campo se constituían en verdaderas instituciones dentro de sus áreas de influencia. Células primarias de los actuales centros comerciales, cubrían las necesidades básicas de la gente ofreciéndoles servicios de aprovisionamiento y distracción, elemento que era escaso en los ambientes rurales.
El Entrerriano, en Altamira, a siete kilómetros de Mercedes, cumplía desde muy antaño, y hasta la década del 70, esa diversa y muy importante función social de Almacén de Ramos Generales y Despacho de Bebidas, como orgullosamente anunciaba en su frente, y de Club; lugar de encuentros y esparcimiento para el vecindario de una extensa zona.
Sus gruesas paredes de adobe, asentadas en barro, y su alto techo de tejuelas y tirantes de madera, exhibían en descascaradas formas de extraños mapas que, muchas veces y hacía mucho tiempo, habían sido pintadas a la cal. De esos tirantes, poblados de clavos y alambres colgaban en curiosa mescolanza, cabos de hacha, botas de goma, guadañas, embutidos y cachos de bananas.
Una repleta estantería hasta el techo, cubría dos de las paredes del salón de seis metros por ocho. Dos mostradores dispuestos en L, con la mitad del más largo cubierto con cinc estañado para las copas; el resto de madera fuerte, pulido a codo con sudores y alcohol de confidencias.
Del lado del público, sobre el gastado piso de ladrillos, una vitrina cajonera, un metegol, mesas de madera y sillas con asiento de junco.
Allí se encontraba de todo: forrajes, materiales para la construcción, ropa y perfumería; amén de ferretería y bazar, lo que no había se encargaba. Además había peluquería y cumplía la función de estafeta postal oficiosa.
Era habitual que todos los días, pero sobretodo los sábados y domingos, reuniera a gran número de parroquianos para jugar a las bochas, mentir un truco, sufrir un chinchón o, simplemente para pasar un rato entretenido en torno a las copas y charlando con los amigos.
En fechas especiales como aquel 25 de Mayo, había fiesta. En lo alto de la antigua casona coronada por pilares que recordaban las defensas de un fuerte, flameaba la bandera argentina.
Apenas pasado el mediodía detonaron una serie de bombas de estruendo para confirmar la realización de la fiesta y predisponer el ambiente.
En la calle lateral estaban colocados los arcos para las carreras de sortijas que se realizarían a primera hora. Luego se correrían carreras cuadreras improvisadas entre los participantes que más fe le tuvieran a sus fletes, y como broche de oro: Matinée Danzante con la actuación de la Orquesta de José Figueroa, artista exclusivo del Programa "Por las Rutas Argentinas" de Radio Mitre de Buenos Aires, según rezaba en los volantes.
Desde temprano comenzaron a llegar los jinetes ataviados a la usanza tradicional, de acuerdo a la propia adaptación libre o a sus posibilidades económicas.
Ataron sus caballos a la cadena que servía de palenque al frente del almacén y en los cercos de los alrededores.
Se mezclaban las vestimentas lujosas con las humildes alpargatas, y costosos emprendados chapeados, con los pobres aperos. Predominaban, en general, los pañuelos blancos al cuello y las cintas patrias adornando con los colores del cielo, el atuendo de los paisanos y sus cabalgaduras.
Llegaban familias completas en automóvil, en camionetas, en sulky, en carro y en tractor luciendo sus mejores galas y dispuestos a disfrutar de la jornada festiva.
En los fondos, ocho lechones crucificados en los asadores, se doraban lentamente haciéndole ronda a las brasas. Estaban destinados a ser consumidos durante el baile. Con igual fin, en la cocina había doce matambres caseros escurriéndose en las prensas.
Ansioso por la expectativa del acontecimiento llegó Gallareta montado en su petisa malacara, sólo con freno y cojinillo. Traía el traje y los zapatos en una bolsita. Pidió una caña Legui y enseguida pasó a la sección tienda.
  - ¡Qué suerte doña Rosa que acompañó el tiempo! -le comentó a la patrona que lo atendió- Va´ star lindo pa´ mover las tabas. ¡Y nada menos que con Figueroa! Hace dos años que no voy a un baile por el luto por mi cuñadita, que en paz descanse. Menos mal que justo ayer se cumplió el aniversario y pude venir.  Además tengo una tía jodida, así que dispués no sé si voy a poder otra vez. Deme una camisa de vestir, un calzoncillo, una camiseta y medias. ¡Ahhh! y un frasco de ese extracto, si, ese, Gotas de Amor. Hice temprano el aparte en el tambo, pasé por la Estación Tomás Jofré pa´ levantar las pilchas y me vine derecho pa´ no perder tiempo. Ahora, si me permite, voy a darle agua a la yegua en el bebedero de atrás del galpón, de paso me lavo un poco y me pongo de pinta.
Las sortijas se desarrollaron con normalidad a primeras horas de la tarde, con abundante cantidad de participantes y de público. 
En un ambiente familiar, de amigos, todos participaban de la diversión. 
El tropel de cada caballo, con su jinete parado en los estribos, y en su brazo alzado el pequeño puntero a manera de lanza, era seguido con atención generando bromas, comentarios, críticas y elogios.
  - ¡Le hizo cosquillas!
 - Se acomoda lindo el Negrito Requena. Lástima que el matungo que tiene no le sirve, si no, andaría muy bien. 
  - ¡Mirá qué buena atropellada tiene el alazán del Ñato Gorosito!
Cuando el brazo del corredor seguía en alto luego de pasar bajo el arco, era señal de que el intento fue exitoso. Su regreso al lugar, para confirmar el logro y reinstalar la sortija, era acompañado de aplausos. Los mismos caballos parecían sumarse a la euforia triunfalista incorporando a su marcha, al ser sofrenados, pasos de costado, cabeceos, caracoleos y demás.                                                          
Las apuestas que se hicieron en la polla eran modestas, apenas como para despuntar el vicio de los aficionados y dar un toque de mayor animación a la reunión. La armonía reinante sólo la alteró un pintoresco curda que, desentonando  con el conjunto, provocó el rechazo de unos y la diversión de otros. La presencia del sargento Mansilla y del cabo Banegas, fusta en mano, saludando y haciendo sociedad, fue suficiente para pacificarlo.
En el amplio patio de ladrillos y cemento alisado se instaló el amplificador de sonido junto al palco de tablones. Ya se habían colocado las luces; los bancos contra las paredes, las mesas y sillas, bajo los mandarinos de la entrad, junto a la cantina.
Los altoparlantes comenzaron a difundir las primeras grabaciones: La Cumparsita por Darienzo, Bahía Blanca por Di Sarli, L Payanca por los muchachos de antes, Despué del Carnaval por Varela, rancheras por Rafael Rossi, los Wawancó, Rosamel Araya y otros.
La gente tomó ubicación alrededor de la pista. Las primeras fueron las mujeres con hijas mozas y los más chicos; se ubicaron en los bancos. Las familias y grupos de amigos se instalaron en las mesas. Los varones se agolpaban en la entrada campaneando el ambiente. Apenas declinaba el sol cuando subieron los músicos al escenario y comenzó el baile.
Los González hicieron punta, los siguió Gallareta con la rubia Altabe. Al rato la pista estaba colmada y la danza en su apogeo.
En perfecta conjunción, se integraban las botas y bombachas de paisano con los trajes y corbatas, los rostros curtidos de la gente que trabaja al sol y el cutis más claro de los que vinieron de la ciudad. La piel mate de los criollos con la piel más blanca de los gringos, sin diferencias raciales, sociales, económicas, ni de edades.
Bailaban las bonitas e ilusionadas jovencitas primorosamente arregladas a la moda y las mujeres algo mayores. Tampoco faltó la pareja de abuelos bailarines que acaparó la admiración de todos. Los varones invitaban con un cabeceo, uña seña con el dedo simulando giros acercándose a la dama, de acuerdo a la época que pertenecen.
Varios mozos, haciendo equilibrio con sus bandejas en alto, llevaban bebidas, lechón y sándwiches de matambre preparados en la cocina por la patrona; esquivaban parejas y a chicos jugando.
Los músicos se prodigaban en largas intervenciones y el público les correspondía con aplausos, ovaciones y pedidos de bis.
Gallareta bailó toda la velada como si quisiera recuperar el tiempo perdido sin importarle el ritmo ni la compañera que aceptara su invitación. Unicamente hacia un alto para entonarse con unos tragos.
A las doce de la noche el animados anunció la terminación del baile agradeciendo la concurrencia. Los más entusiastas se lamentaban pidiendo una yapa porque la reunión estaba de lo mejor. Los músicos concedieron un par de bises.
Todos empezaron a buscar sus pertenencias y a sus familiares, saludaron a sus relaciones y emprendieron la retirada. Algunos tendrían que recorrer tres o cuatro leguas en carro y llegar justo para hacer el tambo, otros dormirían aunque asea una o dos horas.
Cerca de la salida con su eterna sonrisa a flor de labios y su inalterable cordialidad campechana, Samuel, el entrerriano, saludaba en forma personal a cada uno de los asistentes prometiéndoles que pronto haría otra reunión.
El cansancio de las últimas dieciocho horas y de los incontables años de intensa labor sin mezquinarse, sólo se notaban en el brillo de sus ojos.
Gallareta, que acababa de retirarse, regresó. Se lo veía compungido secándose las lágrimas con el pañuelo.
  - Samuel -dijo aproximándosele- me vinieron a buscar porque falleció mi tía, así que me voy de aquí nomás. Ya mandé avisar a las casas con Ferreira. Mañana vienen buscar la yegua, la dejo en el potrerito. Pobre tía, yo la quería mucho. ¡Cómo era de buena que nos dejó terminar la fiesta y recién después se murió!
Al día siguiente, haciendo limpieza en el patio, encontraron un telegrama a nombre de Roberto González (Gallareta) que había retirado de Estación Jufré la mañana del día anterior. Al abrirlo leyeron el texto: Murió tía Justina. Te esperamos. Pedro.
Gallareta llegó al baile sabiendo ya del fallecimiento de su tía.
Hoy, el progreso dejó atrás la importancia centralizadora de los boliches de campo.
En Altamira subsiste el almacén "El Entrerriano" debatiéndose entre el modernismo, el mito y la leyenda. Conserva el influjo de Samuel, que se quedó en el tiempo... pero perdura la fuerza de su epopeya". 

                                                                   * * *                loscuentosdescarpascaner.blogspot.com.ar


La prueba                                                                                        por Arnoldo Anijovich


"Nemesio Godoy nació en la estancia El Trebolar donde su padre fue puestero hasta que murió en un accidente de trabajo. Desde entonces, Nemesio, a sus doce años, pasó a ser el peoncito para todo servicio, el chico de los mandados del establecimiento. Con sus obligaciones no le quedaba tiempo para andar cazando pajaritos o haciendo travesuras. De esa forma, con su madre trabajando en casa de los patrones y él, en lo suyo, pudieron arreglárselas para seguir adeñlante y mandar a los hermanos menores a la escuela.
Años después le dieron el puesto de guachero del tambo. Por costumbre siguieron tratándolo como si fuera el chiquilín de siempre, con eso parecido a paternalismo; que el aceptaba con humildad porque se sentía querido.
Había unas cuantas chinitas que no les resultaban del todo indiferentes y, ya próximo a enrolarse, sentía la necesidad de demostrarla a los demás, y a sí mismo, que era un hombre hecho y derecho. Ya venía dando pruebas de serlo desde que murió su padre pero sentía que necesitaba algo más intenso.
Sorpresivamente se le presentó esa oportunidad.
Todos los años se realizaba para las fiestas patrias la tradicional Polla de veteranos con la participación de conocidos caballos de la zona.
Hablaron a don Manuel para pedirle que haga intervenir a Centella, el que fuera el crédito de la zona. Estuvo por negarse porque el parejero ya había quedado para reproductor, pero al ver que lo miraban con ironía, aceptó el desafío.
Don Manuel le preguntó a Nemesio si se animaba a preparar a Centella para correr el próximo 9 de julio.
Nemesio aceptó esa responsabilidad con emoción; ese caballo estaba ligado a sus recuerdos y fantasías de la infancia. Era el mejor reconocimiento a su silencioso cumplimiento a su trabajo y a su madurez. Sintió que todo empezaba a cambiar para él, le entraron granas de saltar y gritar a todo pulmón pero se contuvo. 
Nemesio recordaba a Centella desde potrillo, cuando su padre, considerado el mejor domador de la zona, lo amansaba.
  - Palenque, mucha manguera para tranquilizarlo a puro chorro de agua, mucha rasqueta y manoseo desde abajo para terminar de quitarle las cosquillas -tenía presente cómo su padre le explicaba los secretos del oficio mientras trabajaba y él lo seguía. - Después cuando esté entregado y mimoso como un gatito, se lo ensilla con un freno liviano para que se le acostumbre la boca. Recién ahí lo montás. Si lo trataste con cariño casi seguro que no corcovea, entonces lo trabajás mucho dando vueltas para que aprenda a dar rienda. Nunca hay que pegarle y menos hacharlo con las espuelas; con paciencia y con cariño conseguís todo lo que querés. Las espuelas sólo son buenas para vestir a los paisanos en los días de fiesta.
En su pieza lo tenía en un cuadro apilado en el lomo de padrillo cuando ganó su primera carrera.
Era su característica, cuando corría, llevar atada sobre la frente una larga cinta patria a manera de vincha, con los extremos flameando llamativamente sobre su espalda. Tal como se lo veía en el cuadro.
Desde siempre Nemesio había estado cerca de Centella soñando con montarlo; ahora, de pronto, el cuidado y la preparación quedaban a su cargo. Sabía que iba a ser difícil porque el animal ya no era el de antes, hacía mucho que no corría y la mayoría de los que entraban en la polla todavía seguían en actividad. Confiaba en que en los dos meses que faltaban, con una buena ración de avena todos los días, algunas vitaminas y baqueteadas podrían ayudarlo para ponerlo en forma.
Había más, don Manuel le prometió que si lo hacía salir bien parado de ese aprieto le haría un buen regalo. Si ganaba le daría la cuarta parte del importante premio.
  - Pero es mejor Nemesio que no te ilusiones con ganarlo. -agregó.
Las ilusiones del muchacho sí tomaron vuelo hasta que se le hizo imposible descenderlas voluntariamente. No podía dejar de pensar en lo que haría con ese dinero. Su padre había soñado siempre con tener algún día un techo en la ciudad para que él y sus hermanos estudiaran y tuvieran donde quedarse cuando lloviera o hiciera mucho frío; quería que el día de mañana fueran algo más que peones.
Después ocurrió la desgracia; pero sus hermanos estaban a tiempo.
  - ¡Qué lindo sería cumplir el sueño del viejo! -se decía.
Todos fueron sueños y trabajo. No hubo amaneceres, por más heladas que cayeran, que no encontraran a Nemesio vareando el caballo; los momentos libres que le quedaban de su tarea con los terneros, los usaba para bañarlo o hablarle mientras lo rasqueteaba acariciándolo. Por las tardes, orgullosamente lo sacaba a caminar cubierto con la lujosa capa que fuera a caminar con la lujosa capa que fuera testigo de las mejoras épocas del zaino malacara.
A medida que se acercaba la fecha de la carrera, la expectativa por la reaparición del viejo crack iba en aumento aumento. La gente tenía aún fresco el recuerdo de sus hazañas por las pistas de la región.
Los que más conocían de caballos de carreras no eran optimistas. 
En los entrenamientos se advirtió que no estaban equivocados; su rendimiento dejaba mucho que desear. Su pelaje y el porte elegante había recobrado el brillo de antes, pero los tiempos que marcaba en las pruebas eran mediocres. Para peor, faltando dos semanas para la carrera, cuando pisaba empezó a aflojársele la mano derecha. Fue un golpe duro que completó la desazón general.
El veterinario diagnosticó un ligamento distendido a causa de una mala pisada o por los esfuerzos del entrenamiento. Prescribió un desinflamatorio local y otro inyectable durante cinco días. Había que suspender los ejercicios intensivos; en ocho días se sabría si estaría en condiciones para participar de la carrera, o no.
Doña Maruja Playero, a quien también fueron a ver, hizo una prueba con unos granos de trigo en un plato con agua; señaló que había dos nervios recalcados, le practicó curaciones de palabras acompañadas por señas invocatorias; coincidió con el veterinario en que debían dejarlo descansar unos cuantos días para que los nervios vuelvan a su lugar.
El 9 de Julio, en la Cancha Municipal de Carreras se entraba prácticamente toda la gente del pueblo y de los alrededores con sus mejores galas disfrutando del programa de celebración de la fecha patria. Después habría baile popular en el Centro Cívico.
Se veían hermosos caballos de carrera rodeados por dueños, cuidadores y aficionados discutiendo posibilidades y palpitando triunfos. Se respiraba el clima festivo. En la delegación de la Estancia El Trebolar predominaban la preocupación y el desánimo. Nemesio, contrastando don el pesimismo de los demás mantenía confianza en su pupilo. Su entusiasmo y sus insistentes pedidos fueron las únicas razones por las que don Manuel no retiró a Centella de la competencia.
Al salir Centella a la pista se vio radiante a Nemesio en el viejo campeón vistiendo camisa celeste, bombachas angostas, alpargatas, faja, pañuelo y boina blancas impecables que resaltaban con su cabello negro y su cutis cobreado a soles.
Allí estaban los antiguos rivales de Centella: Buscapié, Sacapuntas, Chicotazos,
entre otros. Todos estaban al tanto de la lesión de Centella. 
Se escuchaba ofrecer apuestas a todos los caballos menos a Centella. 
  - Parecés el fiambrero con esa mortadela. -le dijo a Nemesio uno de los corredores.
  - Con esta mortadela se atorarán unos cuantos. -contestó el muchacho 
Un viejo amigo de su familia se le acercó.
  - Dios te acompañe m´hijo, te lo merecés por luchador.
 - Esté tranquilo don Gómez. Soñé con el Tata, prometió ayudarnos -dijo Nemesio  en tono confidencial reflejando una fe absoluta.

Horas más tarde, el fotógrafo del diario local desechaba la fotografía de la Polla de Veteranos que debía ir en la primera página destacando el inesperado e insólito triunfo de Centella que llegó a la meta con un cuerpo de ventaja.
En la foto aparecía, detrás de Centella, una transparencia de otro caballo cuyo jinete, con una vincha en su cabeza y las tiras volando a sus espaldas, tocaba con la fusta las ancas del ganador.
  - ¡Qué fenómeno más extraño me arruinó esta foto! -dijo malhumorado el fotógrafo del diario local desechándola."

                                                                    * * *               loscuentosdescarpascaner.blogspot.com.ar

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