jueves, 30 de octubre de 2014

MILONGA DEL PEÓN DE CAMPO



                                                                                                                           por José Razzano

Un gaucho, que participó del asado en la chacra de mi tío León, dedicó esta milonga 
a poderosos terratenientes que pagan magros sueldos a sus mensuales.    

 Yo nunca tuve tropilla; / siempre he montao en ajeno.
         Tuve un zaino  que de bueno, / ni pisaba la gramilla.
 Paso una vida sencilla, / madrugón tras madrugón
         como es la del pobre pión; / con lluvia, escarcha o pampero…
a veces, me duelen fiero / los hígados y el riñón.

         Soy pión de la Estancia Vieja, / Partido de Magdalena; 
         y aunque no valga la pena, / anote… que no son quejas;
         una tranquera con rejas, / un jardín grande, un chalet;

lo recibirá un valet / que anda siempre disfrazao,
        más no se asuste cuñao, / y por mí preguntelé. 

Ni se le ocurra explicar / que llega pa´ visitarme;
diga que viene a cobrarme / y lo han de dejar pasar. 
         El hombre le va a indicar / que siga los ucalitos,
al final está el ranchito / que han levantao estas manos;
         esa es mi casa, paisano; / ¡ahí puede pegar el grito! 

Allí le voy a mostrar / mi mancarrón, mi dos perros,
unas espuelas de fierro / y un montón de cosas más.
Si es entendido verá / un poncho de fina trama,
         y el retrato de mi mama / que es ande rezo pensando,
mientras lo voy adornando / con florcitas de retama…

        ¿Qué puede ofertar un pión / que no sean sus pobrezas?
        A veces me entra tristeza / y otras veces rebelión.
        En más de una ocasión / quisiera hacerme perdiz,

        pa´ probar de ser feliz / en algún pago lejano,  
        pero, la verdad, paisano / ¡me gusta el aire de aquí…!

                                               * * *                         loscuentosdeoscarpascaner.blogspot.com.ar  

         Este episodio de pobreza me trajo a la mente la situación en las que                              vivía una comunidad de aborígenes del Chaco en la zona de Quitillipi.  
         Mientras recorría con mi esposa y nuestros dos hijos, en edad escolar,                          diversos lugares de esa provincia en busca de un aserradero que me 
         provea madera para hacer parquets, alguien me habló de las malas 
         condiciones en las que vivían unos descendientes de aborígenes.
         Compré una cantidad de productos envasados para obsequiárselos.
         Los acondicioné en cajas y cuando me dispuse a entregar una caja 
         con "mercadería en cada "vivienda" todos sus miembros se metían 
         en sus pequeñas y altas "casuchas".
         Sin poder entender esa extraña actitud de rechazar lo que le regalaba,
         tomé el camino para regresar cuando uno de ellos, me hizo una seña 
         para que me detenga.
           ¿Qué quiere por esas cajas con mercadería que dejó?
           - Nada. Son regalos.
           - Los que vienen quieren cambiar fideos por artesanías.
           - Yo no pretendo canjear. Las cajas con mercaderías son regalos.
         
         Ya superada esa desconfianza visitamos un lugar en el que tenían expuestos              cacharros de barro cocido. Compramos algunos. Nos despedimos y el que nos            guió nos saludó cordialmente diciéndonos que constantemente eran víctimas              de los que les cambiaban sus artesanías por un poco de alimentos.

                                                                   * * *                                                                                
             

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