jueves, 30 de octubre de 2014

EL DESPIDO

                                                                                                                    por Osiris Rodríguez Castillo

          Recitado por el gaucho Fausto, el mensual en la chacra de mi tío León.

Secundino Barboza era mi amigo.
Cuando nací ya estaba de pión en las casas; 
yo dejé de gatiar pa´ ir prendido
de sus bombachas batarazas.
De gurí supe ser flor de cargoso; 
no tenía prienda que me conformara 
y, ahí andaba “Quintín”, que era su apodo, 
pescándome la luna en las cañadas. 

Tengo bien patente en el recuerdo
la noche aquella del asalto a la estancia; 
fortín de piedras, mellado en sus tiempos
por muchos malones filosos de la indiada.

Tata había acantonao pa´ defenderse 
a su personal de crédito en las casas; 
y mama, como en cinta de la muerte, 
paseaba su delantal preñao de balas.

Yo dentré a tener miedo; pero en esas, 
al rejucilo anaranjado de un arma, 
lo ví a “Quintín” Barboza hecho una fiera 
meta trabuco al lao de mi ventana…  
Y el miedo se me jué… y me entró una sueñera; 
al bárbaro arroró de las descargas 
clavé el pico  y soñé la noche entera 
                 que aquel gaucho era mi ángel guardián. 

Pasó lerdiando el tiempo; que es el modo 
que tiene de pasar en la campaña, 
y en mi amigo hallé un maestro que, gustoso 
me diba rasqueteando la ignorancia.
y enredado en los tientos y en la plática, 
me enseñó a hacer trencitas y retobos, 
me dio el secreto de la virtú del gaucho
que es ser juerte y sobao como las guascas.

 ¡Y era de comedido y bondadoso! 
 Al recorrer el campo, siempre traiba 
“pa´ el patroncito” un aperiá o un un zorro, 
o un pichón de tero o de calandria.

Nunca más me viá olvidar la tarde aquella 
cuando él jué a racionar la caballada, 
y yo, atao al “tilín tilín” de sus espuelas, 
me arrimé a pirinchear cómo lidiaba.

Enllenó el morral pa´ “el doradillo”, 
que era un diablo importao, orgullo de tata, 
pero idioso el condenao y decidido 
pa´ distribuir mordiscones y patadas.
Ni me le había arrimao, cuando vi el brillo
de sus ojos salvajes, como odio en llamas,  
patiando en el suelo, entre boquiadas, 
me asustó al rajar como un trapo la distancia 
y me agarró de la clinera con sus colmillos;
y vi el puño alzao de Secundino 
hecho un ñudo en la lonja de la guacha 
pa´ defenderme del ataque del padrillo.

Y ahí tiene, ¿vé?, por eso fue el despido.
El “puro” había costao su güena plata, 
y Secundino no explicó lo sucedido 
porque quedaba mal que lo explicara…
Salió del escritorio como ido,  
se jué al palenque en el que estaba su malacara 
y se puso a ensillarlo dispacito 
como quien gusta revisar las priendas.

Después armó un cigarro y con rudo mimo 
me palmeó la cabeza, 
la mirada se le enllenó de estrellas,
dio un suspiro…  se secó la frente con la manga
y, como ganao por un apuro repentino, 
montó haciendo caracolear al malacara 
y agarró por la güeya al trotecito…
Yo, recién comprendí lo que pasaba 
y no sabía qué hacer… ¡era tan chico!
La pena me hizo un ñudo en la garganta,
que de redepente desaté en un grito… 

El sol voltió a mi lao la sombra de mi tata.
¡Se vá tatita! ¡Se vá mi amigo!
¿Quién va a pescar mi luna en la cañada 
cuando el viento  cerrero  traiga arisco 
sus tropillas de miedo hasta ni almuhada  
y desfleque los alaridos del lobizón 
y tiemble la perrada?

¡Ya no va estar el trabuco de Secundino  
como un sol de coraje en mi ventana!
¡Jué pa´ salvarme que él mató al padrillo; 
me jué a morder y él le bajó la guacha!
¡Me lo va a echar a mi ángel de la guarda? 

Tata era un hombre güeno, comprensivo.
Le dolió aquello ¿sabe?
Sin palabras se acercó a la puertita del patio; 
dio un chiflido que la brisa de la tarde
llevó a las ancas sofrenando al bagual de Secundino 
que, con un tirón, lo sentó en las patas.
Le llegó pa´ regresar como un eco de cariño   
recogiendo el largor de la llamada…
 - Mande patrón. 
                  - Quedate Secundino,
                 el muchacho no quiere que te vayas.

                                                          * * *  
                               
Considero que la idiosincrasia del gaucho es algo digno de destacar por sus virtudes.
Fueron los gauchos quienes dieron su sangre en las luchas por la independencia.
Lamentablemente no fueron tenidos en cuenta cuando se debatió qué país queremos.
El gaucho, cruza de españoles e indios, lucharon contra sus medio hermanos españoles y, después contra sus medio hermanos indios. ¿Qué recibieron a cambio de ello? - Ser encasillados como vagos y pendencieros. Jamás en su ropaje de gaucho prendieron medallas por su valor. Me pregunto _- ¿ No sería más justo incorporarlos al formar la identidad argentina y, poco  a poco inculcarles la nueva cultura que se pretendía establecer en la naciente Argentina?
Ésta, y otras poesías, posibilitarán a los lectores, darles una pálida idea de la idiosincrasia del gaucho. Claro está que me refiero al gaucho auténtico, ese que la "civilización" ha hecho desaparecer, no al que trata de confundirnos vistiendo prendas gauchas.  
Aquellos que tuvimos el honor de conocerlos, al verlos actuar, sabemos que son impostores. 

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