jueves, 30 de octubre de 2014

EL OVERO

                                                                                                                               por Boris Elkin

      Poesía canción ejecutada por uno de los gauchos que trabajaron en la cosecha en la chacra de mi tío León en la sobremesa del asado de despedida.

      - Degollalo, Cipriano, degollalo, / ya el matungo no tiene rimedio,
      hace dos o tres días que ´sta cáido / y es inútil buscarle un aliveo.
          Anoche, al acostarme, pensaba / en lo mesmo que me ´stás diciendo,
       y esta mañana preparé la daga / pa despenar pa siempre al pobre overo;
       pero ¿sabe mi chinita lo que pasa? / Alcanzó a conocerme a veinte metros
       y levantando un poco la cabeza, / me hizo un relincho corto dende ´l suelo.

       Me arrimé pa matarlo / y vide en sus cansados ojos negros…
       ¡no sé qué mirada! Jué tan extraña, / que la daga tembló entre mis dedos
       y me puse a pensar: ¿Qué dirías al saber / que soy yo el que te degüello?
       ¿Ansí es como me pagás mis servicios / ahora que estoy cáido y viejo?
       Quise explicarle: - Es un bien pa vos, / sentirás un dolor cuando dentre el fierro
        pero después, cuando la sangre / dentre a chorrear y a colorearte el pecho
        te sentirás liviano como en antes / y todo ese dolor se te irá yendo.

        Sacando coraje, ni sé de ande, / con una mano le tantié el pescuezo,
        y estaba a punto de degollarlo / cuando los recuerdos me maniaron la mano.
        Recularon los años de mi vida / y dentré a trair a mi cabeza los recuerdos…
        Yo tenía pa aquel entonces veinte años / y él era un potrillo de tres y medio,
         cuando una vez por zonceras… / por cosas que cuasi ni me acuerdo…
         le pegué unos hachazos en el tuso / al comesario mesmo 
         y tuve que juir. Mi suerte / estaba puesta en las patas de mi parejero,
         para ganar el monte / vadeó los ríos, jineteó los cerros…
         y si no cruzó los Andes, / jué porque no le pedí ese esjuerzo.

         Nenguno, en los tiempos aquellos / me prestó más servicios que el overo.
         Dispués, cuando tus ojos, / que no sé si eran brujos o hechiceros,
         me enredaron pa siempre, armé el rancho / pa tener allí tus dos luceros.
         Pa llevarte puso el anca mi overo, / y como el cura estaba algo lejos,
         él hizo de cura y de padrino / y jué testigo de nuestro acollaramiento.

         Dispués de algunos años, / cuando el gurisito cayó enfermo,
         ¿quién se galopió las doce leguas / que hay dende aquí hasta el pueblo,
         y quién se galopió las otras doce / pa volver aquí con los rimedios?
         Por eso no me animo a degollarlo… / dejalo al pobre overo
         que se muera solito allá en el bajo / ¡Yo perdí el coraje hasta pa dir a verlo!

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