Poesía canción ejecutada por uno de los gauchos que trabajaron en la cosecha en la chacra de mi tío León en la sobremesa del asado de despedida.
- Degollalo, Cipriano, degollalo, / ya el matungo no tiene rimedio,
hace dos o tres días que ´sta cáido / y es inútil buscarle un aliveo.
- Anoche, al acostarme, pensaba / en lo mesmo que me ´stás diciendo,
y esta mañana preparé la daga / pa despenar pa siempre al pobre overo;
pero ¿sabe mi chinita lo que pasa? / Alcanzó a conocerme a veinte metros
y levantando un poco la cabeza, / me hizo un relincho corto dende ´l suelo.
Me arrimé pa matarlo / y vide en sus cansados ojos negros…
¡no sé qué mirada! Jué tan extraña, / que la daga tembló entre mis dedos
y me puse a pensar: ¿Qué dirías al saber / que soy yo el que te degüello?
¿Ansí es como me pagás mis servicios / ahora que estoy cáido y viejo?
Quise explicarle: - Es un bien pa vos, / sentirás un dolor cuando dentre el fierro
pero después, cuando la sangre / dentre a chorrear y a colorearte el pecho
te sentirás liviano como en antes / y todo ese dolor se te irá yendo.
Sacando coraje, ni sé de ande, / con una mano le tantié el pescuezo,
y estaba a punto de degollarlo / cuando los recuerdos me maniaron la mano.
Recularon los años de mi vida / y dentré a trair a mi cabeza los recuerdos…
Yo tenía pa aquel entonces veinte años / y él era un potrillo de tres y medio,
cuando una vez por zonceras… / por cosas que cuasi ni me acuerdo…
cuando una vez por zonceras… / por cosas que cuasi ni me acuerdo…
le pegué unos hachazos en el tuso / al comesario mesmo
y tuve que juir. Mi suerte / estaba puesta en las patas de mi parejero,
para ganar el monte / vadeó los ríos, jineteó los cerros…
y si no cruzó los Andes, / jué porque no le pedí ese esjuerzo.
Nenguno, en los tiempos aquellos / me prestó más servicios que el overo.
Dispués, cuando tus ojos, / que no sé si eran brujos o hechiceros,
me enredaron pa siempre, armé el rancho / pa tener allí tus dos luceros.
Pa llevarte puso el anca mi overo, / y como el cura estaba algo lejos,
él hizo de cura y de padrino / y jué testigo de nuestro acollaramiento.
Dispués de algunos años, / cuando el gurisito cayó enfermo,
¿quién se galopió las doce leguas / que hay dende aquí hasta el pueblo,
y quién se galopió las otras doce / pa volver aquí con los rimedios?
Por eso no me animo a degollarlo… / dejalo al pobre overo
que se muera solito allá en el bajo / ¡Yo perdí el coraje hasta pa dir a verlo!
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