jueves, 30 de octubre de 2014

¿CASUALIDAD?

Los ascendientes paternos de Oscar Pascaner, oriundos del principado de Moldavia llegaron al puerto de Buenos Aires 20 de junio de 1894.
La Empresa Colonizadora del barón de Hirsch los destinó a Colonia Espíndola donde se de dedicaron a la agricultura.
Poco después falleció el tatarabuelo José Levental (padre de la bisabuela)Fue el primer  fallecido en dicha colonia y tuvo el nada grato privilegio de inaugurar el cementerio.
En una de las visitas de Oscar a familiares de su esposa, que seguían viviendo en Domínguez, el nonagenario Salvador Efron le dijo: 
  - Cuando fui a Colonia Espíndola a visitar a un primo, conocí a tres miembros de la familia Pascaner: tu abuelo y dos de sus hermanas. 
Junto a mi primo asistí a la reunión que hacían todos los domingos a la tarde en el patio de la escuela. Confraternizaban y tomaban té con masas caseras. 
 - Si querés visitar la zona en la que estuvo emplazada la Colonia Espíndola contá conmigo -le dijo don Salvador Efron a Oscar. 
Acordaron en ir el domingo a las 10 horas.
Acompañado por su esposa y su suegro, Oscar pasó a buscar a don Salvador.
Tomaron un desvío que parte del camino que une La Capilla con Clara.
Alnos árboles que sobrevivieron al tiempo, indican el sitio donde estuvo cada casa. Originalmente eran unos sesenta ranchos de barro con techos de paja. -explicó don Salvador- Después cada familia fue reemplazando esas paredes de barro por unas de ladrillos y los techos de paja con chapas de cinc.
El auto transitó la calle a cuya vera se hallaban las viviendas y llegaron al potrero común donde largaban los animales de trabajo al terminar cada jornada. 
Don Salvador les explicó que las parcelas de labranza rodeaban la aldea.Hacia el norte se extendían hasta el arroyo Bergara. Don Salvador estimaba que esa colonia ocupaba una superficie de unas cinco mil hectáreas. Fue algo impreciso cuando dijo que la vivienda de Pascaner estaba por aquí, haciendo un ademán abarcativo hacia la derecha del final de la calle central.

Dos hombres que reparaban un molino los orientaron hacia el cementerio.  
 - Quedó dentro del campo de Síseles. A unos quinientos metros de la calle por la que entraron, a su derecha verán una tranquera. No la dejen abierta para que no se escapen los animales, el alto yuyal les tapará un poco la visión, pero unos árboles que hay en el cementerio los guiarán.  No busque un camino porque no lo hay.  
El suelo del campo de pastoreo poceado por el pisoteo del ganado después de las lluvias, los hizo avanzar muy despacio. Altas y tupidas malezas obstruían la visión. Oscar se paró en dos oportunidades en el marco de encuadre de la puerta del auto para ver las moreras que le servirían de guía. 
Un cerco de alambre tejido cercaba la superficie de una manzana. Vacas y caballos pastaban a su alrededor. El portoncito de entrada no tenía candado. Dos Salvador y Oscar ingresaron. Katy y su padre optaron por esperarlos en el auto. 
En el área donde estaban sepultadas mujeres Oscar no pudo ubicar la lápida de su bisabuela fallecida en el año 1912. Las lápidas del sector que quedó bajo una frondosa morera estaban derruídas. Segón la opinión de don Salvador, por lugareños que se paran sobre ellas para recoger los frutos de ese árbol. 
Dos lápidas tenían fecha de muerte el año 1938, las demás, son anteriores. 
El pasto cortado a guadaña, los senderos de cemento alisado bien conservados y libres de yuyos denotaban que alguien lo mantenía relativamente prolijo.  
El amplio espacio libre, sin lápidas, se veía cubierto con el pasto típico de la región, un césped similar al que lucen parques y jardines, que mediante el riego luce verde. Allí estaba amarillento. Don Salvador comentó que una institución de Villaguay se encarga del mantenimiento de ese cementerio.       
  
Nunca sabrá Oscar qué lo llevó a ese espacio sin lápidas, caminaba lentamente por ese césped amarillento por falta de lluvias, prolijamente cortado a guadaña cuando sintió que pisaba lago rígido.  Arrodillado sobre ese césped arrancaba el que cubría esa"cisa" rígida. El pasto enmarañado dificultaba la tarea sin una herramienta.
Oscar logró liberar una placa de mármol de unos 50 por 50 centímetros cubierta por raicillas, tierra y moho.
El día siguiente, lunes, la entregó en el Museo de la Colonización de Domínguez. 
Osvaldo Quiroga, en ese entonces secretario de ese Museo, colocó la placa bajo una canilla y la fregó con cepillo hasta que pudo leer la inscripción en bajo relieve: 
LÍA L. de PASCANER  Falleció en 1912.   
  -¡¡¡Mi bisabuela!!! -exclamó Oscar invadido por un torbellino de emociones que iban del asombro a la veneración.
  - ¡Qué casualidad! -exclamó Osvaldo Quiroga. 
Oscar observaba la placa preguntándose: ¿Qué lo llevó a caminar por allí? ¿Por qué
 - ¿Fue sólo por casualidad  que se apartó de los senderos y me llevó a regresar por su insistencia en desarraigarla de la maraña vegetal que la aprisionaba? 
  
Allí, en el Museo de la Colonización de Domínguez está esa placa de mármol que un día lejano fue parte de la lápida de la bisabuela paterna de Oscar, como testimonio de las valerosas mujeres que acompañaron y participaron activamente junto a los hombres, de la esforzada gesta colonizadora de la tierra entrerriana.
Ella, como otras esposas e hijas, soportaron estoicamente la dura lucha que demandaba el aprendizaje de las tareas rurales, afrontando adversidades climáticas, plagas y el rud esfuerzo que requiere la noble actividad de labrar la tierra. 
            
José Pedroni, el poeta de los pioneros agricultores, las evoca así a esas mujeres: 
                            
                           Ningún nombre de madre en el monumento.                          
                           No están la mujeres que son la fe y el nacimiento.
                           No están ellas, las de los largos quehaceres
                             No, no están ellas, suma de dolores,
                           ellas que siguen a los hombres donde los hombres van
                           ellas, las que aman las flores, ... ellas no están.

   Leopoldo Lugones también resaltó el esfuerzo de las mujeres de los colonos:

                            Ella también labró la dura tierra
                            cuando recién venidos era toda
                            la familia un ganado de labranza,
                            cuando aún no existía pueblo ni colonia.
                            Vestida de varón por más soltura,
                            penaba en el rastrojo largas horas
                            envidiando en su infancia endurecida,
                            el blanco torbellino de gaviotas
                            que sobre el surco se arremolinaban
                            como si estuviesen jabonando la ropa.
                          
                                                     * * *                                        oscarpascaner.blogspot.com

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