jueves, 30 de octubre de 2014

LA VUELTA AL HOGAR


Olegario Víctor Andrade nació en Brasil por una misión de su padre. Su infancia y adolescencia la vivió en Gualeguaychú de donde se ausentó para seguir su estudios literarios. Muchos años después regresó a esa ciudad entrerriana y con sus recuerdos compuso esta poesía,.

           Todo está como era entonces, / la casa, la calle, el rio,  
                   los árboles con sus  hojas / ¡y las ramas con sus nidos!  
          Todo está, nada ha cambiado, / el horizonte es el mismo; 
           lo que dicen esas brisas / ¡ya otras veces me lo han dicho!    

           ¡Ondas, aves y murmullos / son mis viejos conocidos,  
           confidentes del secreto / de mis primeros suspiros!    
           Bajo aquel sauce que moja / su cabellera en el río,  
           ¡largas horas he pasado / a solas con mis delirios!   

           Un viejo tronco de ceibo / me daba sombra y abrigo, 
           ¡un ceibo que desgajaron / los huracanes de estío!    
           Piadosa una enredadera / de perfumados racimos,   
           lo adornaba con sus flores / de pétalos amarillos.    

           El ceibo estaba orgulloso / con su brillante atavío, 
           ¡era un collar de topacios / ceñidos al cuello de un indio!    
                   Todos aquí me confiaban / sus penas y sus delirios: 
           con sus suspiros las hojas, / con sus murmullos el río.  

            ¡Qué triste estaba la tarde / la última vez que nos vimos!  
            Tan sólo cantaba un ave / en el ramaje florido.      
            Era un zorzal que entonaba / sus dulcísimos himnos, 
                    ¡pobre zorzal que venía / a despedir a un amigo!  

            Era el cantor de las selvas, / la imagen de mi destino, 
                    ¡viajero de los espacios, / siempre amante y fugitivo! 
            ¡Adiós -parecían decirme / sus melancólicos trinos; 
                     ¡adiós, hermano en los sueños! / ¡Adiós, inocente niño!

            ¡Yo estaba triste, muy triste! / El cielo oscuro y sombrío, 
            los juncos y las achiras / se quejaban al oírlo.
                    Han pasado muchos años / desde aquel día tristísimo; 
            ¡muchos sauces han tronchado / los huracanes bravíos!

            Hoy vuelve el niño hecho hombre, / no ya contento y tranquilo, 
            con arrugas en la frente / y el cabello emblanquecido!
                    ¡Aquella alma limpia y pura / como un raudal cristalino, 
                    es una tumba que tiene / la lobreguez del abismo!
            Aquel corazón tan noble, / tan ardoroso y altivo, 
            que hallaba el mundo pequeño / a sus gigantes designios.
                    ¡Es hoy un hueco poblado / de sombras que no hacen ruido!
            ¡Sombras de sueños, dispersos / como neblina de estío!
           ¡Ah! Todo está como era entonces, / los sauces, el cielo, el río,
           las olas y las hojas de plata / del árbol del infinito.
           ¡Sólo, el niño se ha vuelto hombre / y el hombre tanto ha sufrido
           que apenas trae en el alma / la soledad del vacío!                                            
      
Olegario Víctor Andrade nació en Brasil por una misión de su padre. Su infancia y adolescencia la vivió en Gualeguaychú de donde se ausentó para seguir su estudios literarios. Muchos años después regresó a esa ciudad entrerriana y con sus recuerdos compuso esta poesía,.

           Todo está como era entonces, / la casa, la calle, el rio,  
                   los árboles con sus  hojas / ¡y las ramas con sus nidos!  
          Todo está, nada ha cambiado, / el horizonte es el mismo; 
           lo que dicen esas brisas / ¡ya otras veces me lo han dicho!    

           ¡Ondas, aves y murmullos / son mis viejos conocidos,  
           confidentes del secreto / de mis primeros suspiros!    
           Bajo aquel sauce que moja / su cabellera en el río,  
           ¡largas horas he pasado / a solas con mis delirios!   

           Un viejo tronco de ceibo / me daba sombra y abrigo, 
           ¡un ceibo que desgajaron / los huracanes de estío!    
           Piadosa una enredadera / de perfumados racimos,   
           lo adornaba con sus flores / de pétalos amarillos.    

           El ceibo estaba orgulloso / con su brillante atavío, 
           ¡era un collar de topacios / ceñidos al cuello de un indio!    
                   Todos aquí me confiaban / sus penas y sus delirios: 
           con sus suspiros las hojas, / con sus murmullos el río.  

            ¡Qué triste estaba la tarde / la última vez que nos vimos!  
            Tan sólo cantaba un ave / en el ramaje florido.      
            Era un zorzal que entonaba / sus dulcísimos himnos, 
                    ¡pobre zorzal que venía / a despedir a un amigo!  

            Era el cantor de las selvas, / la imagen de mi destino, 
                    ¡viajero de los espacios, / siempre amante y fugitivo! 
            ¡Adiós -parecían decirme / sus melancólicos trinos; 
                     ¡adiós, hermano en los sueños! / ¡Adiós, inocente niño!

            ¡Yo estaba triste, muy triste! / El cielo oscuro y sombrío, 
            los juncos y las achiras / se quejaban al oírlo.
                    Han pasado muchos años / desde aquel día tristísimo; 
            ¡muchos sauces han tronchado / los huracanes bravíos!

            Hoy vuelve el niño hecho hombre, / no ya contento y tranquilo, 
            con arrugas en la frente / y el cabello emblanquecido!
                    ¡Aquella alma limpia y pura / como un raudal cristalino, 
                    es una tumba que tiene / la lobreguez del abismo!
            Aquel corazón tan noble, / tan ardoroso y altivo, 
            que hallaba el mundo pequeño / a sus gigantes designios.
                    ¡Es hoy un hueco poblado / de sombras que no hacen ruido!
            ¡Sombras de sueños, dispersos / como neblina de estío!
           ¡Ah! Todo está como era entonces, / los sauces, el cielo, el río,
           las olas y las hojas de plata / del árbol del infinito.
           ¡Sólo, el niño se ha vuelto hombre / y el hombre tanto ha sufrido
           que apenas trae en el alma / la soledad del vacío!                                            
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