Olegario Víctor Andrade nació en Brasil por una misión de su padre. Su infancia y adolescencia la vivió en Gualeguaychú de donde se ausentó para seguir su estudios literarios. Muchos años después regresó a esa ciudad entrerriana y con sus recuerdos compuso esta poesía,.
Todo está como era entonces, / la casa, la calle, el rio,
los árboles con sus hojas / ¡y las ramas con sus nidos!
Todo está, nada ha cambiado, / el horizonte es el mismo;
lo que dicen esas brisas / ¡ya otras veces me lo han dicho!
¡Ondas, aves y murmullos / son mis viejos conocidos,
confidentes del secreto / de mis primeros suspiros!
Bajo aquel sauce que moja / su cabellera en el río,
¡largas horas he pasado / a solas con mis delirios!
Un viejo tronco de ceibo / me daba sombra y abrigo,
¡un ceibo que desgajaron / los huracanes de estío!
Piadosa una enredadera / de perfumados racimos,
lo adornaba con sus flores / de pétalos amarillos.
El ceibo estaba orgulloso / con su brillante atavío,
¡era un collar de topacios / ceñidos al cuello de un indio!
Todos aquí me confiaban / sus penas y sus delirios:
con sus suspiros las hojas, / con sus murmullos el río.
¡Qué triste estaba la tarde / la última vez que nos vimos!
Tan sólo cantaba un ave / en el ramaje florido.
Era un zorzal que entonaba / sus dulcísimos himnos,
¡pobre zorzal que venía / a despedir a un amigo!
Era el cantor de las selvas, / la imagen de mi destino,
¡viajero de los espacios, / siempre amante y fugitivo!
los juncos y las achiras / se quejaban al oírlo.
Han pasado muchos años / desde aquel día tristísimo;
¡muchos sauces han tronchado / los huracanes bravíos!
Hoy vuelve el niño hecho hombre, / no ya contento y tranquilo,
con arrugas en la frente / y el cabello emblanquecido!
¡Aquella alma limpia y pura / como un raudal cristalino, es una tumba que tiene / la lobreguez del abismo!
Aquel corazón tan noble, / tan ardoroso y altivo,
que hallaba el mundo pequeño / a sus gigantes designios.
¡Es hoy un hueco poblado / de sombras que no hacen ruido!
¡Sombras de sueños, dispersos / como neblina de estío!
¡Ah! Todo está como era entonces, / los sauces, el cielo, el río,
las olas y las hojas de plata / del árbol del infinito.
¡Sólo, el niño se ha vuelto hombre / y el hombre tanto ha sufrido
que apenas trae en el alma / la soledad del vacío!
que apenas trae en el alma / la soledad del vacío!
Olegario Víctor Andrade nació en Brasil por una misión de su padre. Su infancia y adolescencia la vivió en Gualeguaychú de donde se ausentó para seguir su estudios literarios. Muchos años después regresó a esa ciudad entrerriana y con sus recuerdos compuso esta poesía,.
Todo está como era entonces, / la casa, la calle, el rio,
los árboles con sus hojas / ¡y las ramas con sus nidos!
Todo está, nada ha cambiado, / el horizonte es el mismo;
lo que dicen esas brisas / ¡ya otras veces me lo han dicho!
¡Ondas, aves y murmullos / son mis viejos conocidos,
confidentes del secreto / de mis primeros suspiros!
Bajo aquel sauce que moja / su cabellera en el río,
¡largas horas he pasado / a solas con mis delirios!
Un viejo tronco de ceibo / me daba sombra y abrigo,
¡un ceibo que desgajaron / los huracanes de estío!
Piadosa una enredadera / de perfumados racimos,
lo adornaba con sus flores / de pétalos amarillos.
El ceibo estaba orgulloso / con su brillante atavío,
¡era un collar de topacios / ceñidos al cuello de un indio!
Todos aquí me confiaban / sus penas y sus delirios:
con sus suspiros las hojas, / con sus murmullos el río.
¡Qué triste estaba la tarde / la última vez que nos vimos!
Tan sólo cantaba un ave / en el ramaje florido.
Era un zorzal que entonaba / sus dulcísimos himnos,
¡pobre zorzal que venía / a despedir a un amigo!
Era el cantor de las selvas, / la imagen de mi destino,
¡viajero de los espacios, / siempre amante y fugitivo!
los juncos y las achiras / se quejaban al oírlo.
Han pasado muchos años / desde aquel día tristísimo;
¡muchos sauces han tronchado / los huracanes bravíos!
Hoy vuelve el niño hecho hombre, / no ya contento y tranquilo,
con arrugas en la frente / y el cabello emblanquecido!
¡Aquella alma limpia y pura / como un raudal cristalino, es una tumba que tiene / la lobreguez del abismo!
Aquel corazón tan noble, / tan ardoroso y altivo,
que hallaba el mundo pequeño / a sus gigantes designios.
¡Es hoy un hueco poblado / de sombras que no hacen ruido!
¡Sombras de sueños, dispersos / como neblina de estío!
¡Ah! Todo está como era entonces, / los sauces, el cielo, el río,
las olas y las hojas de plata / del árbol del infinito.
¡Sólo, el niño se ha vuelto hombre / y el hombre tanto ha sufrido
que apenas trae en el alma / la soledad del vacío!
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que apenas trae en el alma / la soledad del vacío!
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