jueves, 30 de octubre de 2014

LA LEYENDA DEL MOJÓN

El autor, Juan Pedro López, nació en Canelones, República Oriental del Uruguay, en 1885.          
Llegó a Buenos  Aires por su inclinación al boxeo. Trabajó como estibador en el puerto. Su popular figura se vinculó con payadores porteños en los almacenes del bajo.                                                                                                                            
                                                                                                                                                                                                                                                                                                                    
              Interpretada, con fondo de guitarras, por Fausto, el gaucho que trabajaba como mensual en la chacra de mi tío León.                                                                                                                                                                                                                                                                                                                                                                                                                                                                                                                                                                                                                                                                       
Llovía torrencialmente. / En la Estancia del Mojón,
como adorando el fogón / estaba toda la gente.
Dijo un viejo de repente: / -Les voy a contar un cuento,
aura que el agua y el viento / traen a la memoria mía
cosas que nadie sabía / y que yo diré al momento. 

Tal vez tenga que luchar / con más de un inconveniente
pa´  que resista la mente / el cuento sin lagrimear,
pero Dios que supo dar / paciencia a mi corazón
tal vez venga en esta ocasión / a alumbrar con su reflejo
el alma de un gaucho viejo / que ya lo espera el cajón.

No se asusten si mi cuento / les recuerda en este día
algo que ya no podía / ocultar mi sentimiento.
Vuelquen todos un momento / la memoria en el pasao
que allí verán retratao / con tuitos sus pormenores
una tragedia de amores / que el silencio ha sepultao.
Hay cosas que no puedo / detallar como es debido,
unas, porque se han perdido, / y otras porque tengo miedo;
pero ya que en el enriedo / los metí, pido atención,
que si la imaginación / me ayuda en este momento
conocerá por mi cuento / “La Leyenda del Mojón”.

Alcancenmén un amargo / pa´ que suavice mi pecho,
que voy a dentrar derecho / al asunto porque es largo,
haré juerza sin embargo / pa´ llegar hasta el final
y, si atiende cada cual / con espíritu sereno,
verán como un hombre güeno / llegó a hacerse criminal.

Setenta años, quien diría / que vivo aquí en estos pagos
sin conocer más halagos / que la tristeza mía;
setenta años no es un día, / pueden tenerlo por cierto,
pues si mis dichas han muerto / áura tengo la virtud
de ser pa´ esta juventud / lo mesmo que un libro abierto. 

Iban a golpear las manos / por lo que el viejo decía
pero una lágrima fría / los detuvo a los paisanos.
- Hay sentimientos humanos / -dijo el viejo conmovido-,
que los años con su ruido / no borran de la memoria
y este cuento es una historia / que pa´ mí no tiene ovido.  

Allá en mis años de mozo, / y perdonen la distancia,
sucedió que en esta estancia / hubo un crimen misterioso.
En un alazán precioso / llegó aquí un desconocido,
mozo lindo, bien cumplido, / que al hablar con el patrón
quedó en la estancia de pión / siendo dispués muy querido.

Al poco tiempo nomás, / el amor lo picoteó
y el mocito se casó / con la hija del capataz;
todo marchaba al compás / de la dicha y del amor 
y pa´ grandeza mayor / Dios le mandó un cariño,
un blanco y hermoso niño / más bonito que una flor.

Iban pasando los años / muy felices en su choza,
ella alegre y gûena moza, / él juerte y sin desengaños.
Pero, misterios extraños / llegaron… y la traición
deshizo del mocetón / sus más queridos anhelos
y el fantasma de los celos / se clavó en su corazón.

Aguantó el hombre callao / hasta dar con la evidencia
y un día fingió una ausencia / que jamás había pensao.
Dijo que tenía un ganao / pa´ llevar pa´ la tablada,
que era una gûena bolada / pa´ ganarse unos pesos
y así entre risas y besos / se despidió de su amada.
A la una de la mañana / del otro día justamente
llegó el hombre redepente / convertido en fiera humana,
de un golpe echó la ventana / contra el suelo en mil pedazos
y avanzando a grandes pasos, / ciego de rabia y dolor,
vido que su único amor / descansaba en otros brazos.

Como un sordo movimiento / enseguida se sintió,
después un cuerpo cayó / y otro cuerpo en el momento,
ni un quejido, ni un lamento, / salió de la habitación,
y pa´ concluir su misión / cuando los vio dijuntos
los enterró a los dos juntos / donde hoy está ese mojón. 
En la estancia se sabía / que la ingrata lo engañaba,
pero él a nadie le contaba / la desgracia en que vivía;
por eso la policía / no hizo caso mayormente,
pues dijeron:  – La inocente / se jué con su gavilán…
Y en cambio los dos están / descansando eternamente.
 ¡Ahijuna! -gritó un paisano- / si es así lo que habla el viejo,
¡ese era un macho canejo! / ¡yo le besaría las manos!
 - Yo soy -le gritó el anciano- / ¡Venga m´ hijo besemé!
Yo juí m´ hijo el que maté / a tu madre desgraciada
 porque en la cama abrazada / a otro hombre la encontré.

- Hizo bien tata querido / -gritó el hijo sin encono-
Venga, viejo, lo perdono, / por lo tanto que ha sufrido;
pero áura tata le pido / que no la maldiga más,
que si jué mala y audaz / por mí, perdónela padre,
que una madre siempre es madre / ¡déjela que duerma en paz!

Los dos hombres se abrazaron / como nunca lo habían hecho,
juntando pecho con pecho / como dos niños lloraron,
padre e hijo se besaron, / pero con tal sentimiento,
que el humano pensamiento / no puede pintar ahora
la escena conmovedora / de aquel trágico momento.
Los ojos de aquella gente / con el llanto se inundaron
y todos mudos quedaron / bajo un silencio imponente.
Volvió a decir nuevamente: / - Allí están en el mojón
y poniendo el corazón / el anciano en lo que dijo,


le pidió perdón al hijo / y el hijo le dio perdón.

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